Opinión

El suicidio de Occidente

Para la quinta columna de antioccidentales que abundan ya en Occidente, nuestra civilización global de raíz ilustrada ha caído en un abismo de depravación moral que debe corregirse con urgencia. Ellos reivindican el término Occidente pero se refieren al de hace cincuenta o ciento cincuenta años. Para ellos, Occidente tenía sentido cuando respondía a la cosmovisión filosófica y religiosa que ellos mantienen hoy, pero que ya no determina el devenir social, las tendencias culturales ni la gobernanza política del mundo occidental. Los liberales, en el más amplio sentido de la palabra, les hemos “quitado” el concepto de Occidente, que ya no es hoy el de antaño (por ejemplo el del general Franco a quien se tildaba de “centinela de Occidente”). En nuestros días Occidente es la civilización de las libertades personales, pero eso, para estos nuevos antioocidentalistas, es sinónimo de “woke”. No han entendido el viaje de Occidente desde 1945, se han quedado atrás, y hacia atrás quieren llevarnos a todos, hasta que entremos en su redil moralista y tradicionalista.

Que incurran en esto los conservadores es comprensible. Que caigan en lo mismo algunos liberales o libertarios, no lo es. Urge hacer un llamamiento a su coherencia. Si se pide libertad, se ha de pedir en todos los terrenos. Es trampa pedirla para las empresas y para la actividad económica y el comercio pero pasar de soslayo o directamente oponerse cuando se trata de la libertad personal y moral del individuo. Fue el liberalismo clásico el que liberó a las personas del oscurantismo y de las jerarquías sociales heredadas. La separación entre Estado y religiones y el avance de la movilidad social fueron hitos y conquistas de los liberales que contribuyeron decisivamente a la “edad del enriquecimiento”, como la llama la genial Deirdre McCloskey, al hacer posible un mundo basado en los valores burgueses, frente al anterior, que lo estaba en la combinación de valores aristocráticos y teocráticos. El liberalismo y el libertarismo de hoy sólo tienen sentido si continúan aún más allá por ese mismo camino, sin desvíos que son en realidad retrocesos. Pero los nuevos antioccidentalistas se están dejando seducir peligrosamente por personajes como Putin e incluso, paradójicamente, por el régimen comunista chino, simplemente porque los ven como regímenes “de orden”, de fuerza frente al “caos progre” que ven en Occidente. Para ellos, todo Occidente es como el Barrio Rojo de Amsterdam mezclado con un gueto negro de las afueras de Nueva York o una casba árabe. Les horroriza. Detestan también la equiparación de las mujeres porque temen que haya menos nacimientos de la gente “adecuada”, obsesionados como están con el “invierno demográfico” y el “gran reemplazo”. 

Son dignas de estudio las vistosas piruetas intelectuales que hoy deben ejecutar, a veces sin red, los trapecistas de la facción “páleo” del liberalismo o libertarismo, para clamar agónicamente por los valores y estilos tradicionales que la modernidad superó o descartó, mientras siguen diciendo que el Estado no debe inmiscuirse en esas cosas. Sin la coerción de un poder estatal fuerte -seguramente más fuerte aún que el actual- nunca van a poder inducir la ingeniería social y cultural opuesta a la que denuncian. Y lo saben. No se atreven a decir que en el fondo anhelan ese intervencionismo cultural a la inversa: en eso consiste su “batalla cultural”. Habría que ver, además, hasta qué punto la evolución desde 1945 fue orquestada desde secretas cábalas o fue simplemente consecuencia de la paulatina liberación de los individuos pertenecientes a grupos humanos antes discriminados, comenzando por las mujeres. Pero incluso si el mundo actual que tanto les horroriza fuera el producto de décadas de pérfida ingeniería social y cultural woke pergeñada por la Escuela de Frankfurt, remedo ideológico de los malvados Sabios de Sion, ¿cómo pretenden llevarnos a desandar lo andado sin coerción estatal? Lo que ocultan y callan es que no les bastará sacar al Estado de la ecuación, sino que deberán utilizar ese mismo Estado para moldear de nuevo la sociedad conforme a su cosmovisión. Abogan además por dar a determinadas “instituciones intermedias” poderes civiles que hoy tiene el Estado, y que en realidad los liberales clásicos y libertarios auténticos queremos eliminar, no recolocar. Esa pretensión esconde la restauración, por ejemplo, del poder terrenal del clero, que implicaría dotarle de atribuciones normativas sobre los ciudadanos. No se puede vender eso como eliminación del Estado: sería volver al Estado mixto preliberal, compartido entre el poder político y el clerical.

A los nuevos antioccidentales les molesta el Occidente real de hoy, y miran a Rusia como solución. Desean que gane ese país, no ya a Ucrania, sino la hegemonía geopolítica como superpotencia principal. Así los nacionalpopulistas podrán empujarnos por el camino “correcto”. La “pax rusa” será un Nirvana de maravillosa teocracia en el que los ciudadanos volveremos al siglo... ni se sabe a qué siglo. Ah, pero lo harán sin coerción estatal. Ya, claro. Seguro.

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