Opinión

¡Qué vaina tan triste, carajo!

Hay quien para no ver la casa sucia, apaga la luz. Hay quien no ve la suciedad ni con la luz encendida. Hay quien ni siquiera ve la casa. Y hay a quien solo ve la luz, como le ocurrió a un amigo mío, que vio un resplandor -se le apareció el diablo-, cuando el administrador del hospital Policlínico los Teques (Venezuela) le confesó sotto voce que necesitaba diez mil bolívares. En realidad se lo dijo a corruptela en grito. Le dijo: “Musiú, présteme diez mil bolos panita, que los necesito para una vaina”

Mi amigo trabajaba en un laboratorio farmacéutico; era musiú, o sea guiri; panita, es decir meu y en cuestión de echar cuentas un Pitágoras. “Ni tengo esa plata –se dijo-, ni de tenerla se la prestaría a este huevón, ni, a decir verdad, ninguno de los dos está pensando en un préstamo”. Y en menos tiempo del que requiere el hacer tales conjeturas resolvió el busilis: “Tendrás que hacerme un pedido de 285.700 mil bolos de gasa hidrófila, que además la tengo de oferta”.

1 dólar se cotizaba entonces a 4,30 bolívares. Un buen sueldo eran 700 dólares. Mi amigo percibía el 7% de comisión en todo aquello que vendía. En Venezuela gobernaba Carlos Andrés Pérez -trincar trincaba todo bicho mordiente-. Teniendo en cuenta que aquel pedido de gasa de 100 yardas -presentación hospitalaria- cubría las necesidades del hospital durante 4 años, podemos darnos una idea del cohecho.

Pero hasta ahí, las cuentas estaban más o menos claras: la gasa no vencía a corto plazo, como los cargos políticos; el administrador podía justificar aquel desmadre diciendo que la había comprado de oferta, y mi amigo -aunque cedía la mitad de su ganancia-, podía viajar a la tierriña y pasar a cuerpo fardón todo el verano. Gallego, con perdón: era de A Limia.

En el laboratorio –alemán- lo pusieron más alto que Lufthansa. Hasta le entregaron un diploma como mejor “veskäuter” del mes. “Nuestro mejor vendedor, sin duda”, le felicitó herr Friedichst, el gerente teutón, en ese idioma que suena a enfermedad de la garganta.

El problema surgió a la hora entregar aquel chanchullo. Nadie tenía ni idea del volumen. Los bolos se trastocaron en fardos, las yardas en leguas, y la capacidad de almacenamiento del Policlínico los Teques quedó reducida a la de un humilde dispensario.

En un gorjeo de vainas, abjuraciones y arrechera llama el asustado administrador a mi amigo y lo involucra: “¡Musiú tenemos un problema del coño de la madre con la gasa!”. Y lo conmina: “¡Véngase para acá ahoritica mismo, a ver cómo resolvemos esta vaina!” 

¡Dios!, tal parecía que aquel hospital se preparaba para resistir un ataque aéreo: Había gasa apilada en los pasillos, en el hall de entrada, en los consultorios, en el almacén; de vainita se habían respetado los quirófanos. Y lo peor: ¡aún faltaban por descargar dos camiones! 

A mi amigo lo venció la tentación: “Pero tenemos que ir a medias”, le advirtió al administrador. “Okey musiú, pero arrégleme esta vaina como sea”. “Dejas una manguera abierta esta noche en el almacén: mañana asunto arreglado”. Y cuando iba a añadir: “Tú la das de baja por contaminación, yo la recojo, y como solo se habrá mojado la del fondo, vendemos el resto y a serrucho las ganancias”, va y le salta el administrador: “¡Okey, okey, deme solo cinco mil bolos panita, pero llévese ya de una vez los dos camiones!”. Y firmó: Mercancía recibida. Todo OK. Y puso el sello. Y la fecha. 

… Después vendría Hugo Chaves. Los chavistas. El chándal con la bandera. Los cubanos. Nicolás (el in) Maduro. El pajarito parlante. Monedero. Podemos. Y la marimorena ¡Y ahí sí que ya fue el Apocalipsis!: aquella res pública de triquiñuelas y banano, la petrolera, el país más rico de Latinoamérica, hoy no tiene ni siquiera para arepas. ¡Qué vaina tan triste, carajo! 

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