Opinión

Paz sin libertad

Si paz es la ausencia de guerra y de atentados, se puede asegurar que en el País Vasco reina la paz, pero también existía paz en la Dictadura de Franco, y hay una paz silente en cualquier cementerio. La paz está bien, siempre y cuando esté acompañada de la libertad, porque si el ejercicio de la libertad viene acompañado de la bronca, entonces estamos refiriéndonos a una paz enferma.

Cuando ETA dejó de matar, porque hasta sus palmeros mostraban algo de desánimo, muchos de los jóvenes que hoy acuden a las aulas universitarias del País Vasco debían tener entre doce y quince años. Y en estos días en que la derrota del tiro en la sien, la extorsión y el secuestro -denominados "lucha armada"- quiere subrayarse con entregas de armas envueltas en falso lirismo pacífico, parece obligado constatar que la paz ha llegado, pero a la libertad le cuesta un poco. Que un guardia civil, de paisano, no pueda ir con su novia a un bar de la localidad en la que trabaja, o que en la Universidad no se puedan celebrar unas votaciones sin que unos exaltados rompan mobiliarios o ya, por extensión, quemen un autobús, parecen lo que un juez llamaría "indicios racionales" de que cuesta erradicar la violencia.

 Está claro que la juventud no es conformista, y sería mal síntoma que dejara de serlo, pero creer que el inconformismo se debe expresar de manera violenta es un error, y más sobre todo en un ambiente donde la amenaza y la coacción destruyeron la libertad de cátedra, y excelentes profesores tuvieron que hacer las maletas y abandonar una universidad en la que si no mostrabas simpatías por los asesinos eras objeto de intimidación. Todos esos nómadas a la fuerza, que desde otras universidades españolas habrán visto con satisfacción la aparente vuelta a la normalidad, comenzarán a sospechar que volver a hacer las maletas sería un error, porque la paz ha llegado, pero con una libertad herida de violencia.

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