Opinión

Busco piso

Un buen día llegó a la ciudad para sondear el ambiente, pero sin intención de permanencia. Un outsider más que se pasea por nuestras calles, pensé. Comenzó visitando sucursales bancarias y, como clienta preferencial, pasaba directamente al despacho del director. Desdeñaba esas modernas antesalas con vocación de acercamiento pero en las que casi todo lo importante hay que consultarlo con un peldaño más arriba.

Los bancos no satisficieron sus perspectivas y comenzó una completa agenda con visitas a empresas para hablar de números y cuentas de resultados. Una inocente labor de tanteo, decía la muy hipócrita. La tourné incluyó pizarreras de O Barco, la vecina comarca de Quiroga y empresas de polígonos empresariales: de San Cibrao a Pereiro de Aguiar pasando por Carballiño y Ribadavia.

Un par de años después, comenzó a comadrear en mi barrio, O Couto. Dándole los buenos días al barrendero, tomándose un café con el pizpireto zapatero, comprando el pan y la leche en el ultramarinos de la esquina... No tardó mucho en sentirse como en casa y optó por instalarse en un piso que llevaba en alquiler desde hacía ocho meses. Ni demasiado caro ni demasiado barato, justo lo que ella necesitaba para comenzar a echar raíces.

La relación de vecindad fue tan cordial que rápidamente intimó con la señora de la limpieza, la encargada de ponerla al día de todas las novedades del inmueble. Una información a priori importante para saber a quien conviene invitar a tomar un café de concordia vecinal.

Y cuando ella, la crisis, tan digna y estupenda, se instaló en mi escalera y hasta se atrevió a bajar a una reunión de la comunidad para aprobar una derrama, la familia y yo comenzamos a buscar otro piso de alquiler. ¡Por si las moscas!

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