Opinión

Carnicería exprés

El buen corte en un chuletón tiene su importancia. Ya sea longitudinal al sentido de la fibra muscular o la proporción de la superficie que se seccione, entre otras variables, el comensal deberá salivar más o menos al echarle el diente. Por eso, el honorable oficio de carnicero tiene su aquel. Porque si importante es tener un buen género, no menos la destreza del profesional del corte cárnico. Y en este oficio, como en otros tantos, la pericia con la mano aplicada a la cantidad propocionan un valor añadido. La disponibilidad de un afilado cuchillo ya hace el resto.

Ocurre que en otros ámbitos, la calidad y la cantidad no debieran converger. Pongamos por caso que un juez despachara autos, sentencias, exhortos y demás resoluciones judiciales como si estuviera tras el mostrador de una carnicería mix -digna dedicación, insisto-, esa que dedica un par de estanterías a otros comestibles. Casi siempre recurrentes. Pongamos por caso que las sirviera al peso, aunque fuera con corte maestro. El consumidor, en este caso, el justiciable, saldría despavorido de un negociado en el que no sólo se ventilan asuntos en los están en juego los cuartos sino la vida o la forma en la que debe vivirse.

Pues hete que a algunos profesionales del sector y ramas afines les causa sorpresa que en determinados juzgados -uno en concreto de la ciudad - los asuntos no se ventilen al ritmo de quien despieza un costillar. Y promueven un debate para determinar si falla la destreza de quien enfunda el delantal, la toga en este caso, o es cuestión de cuchillos oxidados (que se dé por aludido quien quiera). Ahora bien, esos mismos son los que tienen claro que a la clientela hay que fidelizarla y mejor que, por ahora, se quede donde está.

Por si acaso.

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