Opinión

Crisis

Una enfermedad tan o más contagiosa que el sarampión me trae de cabeza. Adormece los glóbulos rojos hasta ir debilitando el cuerpo en una especie de confusa apatía que te retrae de la realidad. Comenzó siendo una dolencia localizada a la altura de la hipoteca pero pronto llegó al espinazo de la cesta de la compra.

Los indicadores objetivos, como el agotamiento, hace meses sugirieron que el asunto podía ser grave, pero mis allegados, en un exceso de confianza y negando lo evidente, insistieron en restar dramatismo a esos primeros síntomas de inflación. Según me decían, a modo de terapia, llevaba 10 años con salud de hierro e iba sobrada de reservas para pasar el achaque. Hace unos días comenzaron a sentirse igual; les comenzó a doler el carburante que entró de lleno en el torrente sanguíneo, pasó a los vasos linfáticos, distribuyendo desempleo e impagos. Al fin cayeron en la cuenta que también estaban en crisis. O no.

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