Opinión

La leyenda rural de Marinoucho

Marinoucho nunca salió de San Xulián, una de esas aldeas de la provincia que agoniza rodeada de verde y maleza. Una decena de vecinos sin relevo generacional son los últimos mohicanos, los rueses que habitan al norte del “regueiro das Eiras”.

Una hermana y un cuñado eran el universo de Marino Fernández Macías, un octogenario discapacitado, en el pueblo más alto y solitario de A Rúa.  El único lugar del concello en el que todos los inviernos aun es posible ver nevar. 
Pero Marinoucho, pese a no pisar mundo, fue un ser mitológico en el Ourense más rural. Como tal, inspiraba terror y bondad por igual. Era tan feo como bello. Tan delicado como salvaje. 
Dicen en A Rúa que fue una especie de hombre del saco pero sin saco. Damocles con palo en la mano en vez de espada. Había casas en las que, si no comías la verdura que te ponían en el plato, aparecería “Marinoucho”.
Creció y vivió rodeado de rechazo social y cuando esos niños, ya hombres y mujeres, comían de más, le tocó a él desdeñarlos. Cuentan sus vecinos, que cuando se acercaba algún forastero al pueblo, se ocultaba o le pedía alguna moneda a modo de peaje. Seguramente, tenía superpoderes para ver la fealdad de sus congéneres.
Su búsqueda no fue tan multitudinaria como otras (la precedente, en Vilar de Barrio, reunió a 200 vecinos) y su final fue desgraciado (apareció muerto en el arroyo a primera hora de la tarde de ayer).

El cuerpo arrugado de Marino no pudo  con el frío de la noche, algo demasiado mundano. Aunque muerto, la leyenda que forjó nadie se la arrebatará.

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