Vivo en un extraño lugar en el que la gente se muere, igual que en todas partes, claro, pero aquí se nota un poco más. Según los médicos, se nos obstruye el corazón a menudo; el cerebro entra en penumbra y hasta nos advierten del creciente trasiego de células al bando libertario. Por enfermedades o por casualidad, pero en este rincón septentrional la muerte tasa al alza. En este extraño lugar, hay incluso un centenar de pueblos en los que las personas han sido remplazadas por nichos y en sus casas ya sólo están censados los fantasmas. En este raro lugar del que les hablo, la muerte se justifica en que nos hacemos mayores; un fenómeno universal desde que irrumpieron la penicilina, las vacunas o la ingeniería se especializó en genética. Y aunque la muerte salga a relucir cada poco tiempo, quienes planifican el futuro ni la digieren ni la metabolizan con facilidad. Por eso sospecho que aquí, entre todos nosotros, incluso hay vivos que nacieron muertos.
