Opinión

Najwa

Tan sólo tres de cada diez españoles, según un estudio realizado en países de la UE, ve con buenos ojos que las alumnas acudan a clase con velo islámico, aunque prácticamente la mitad acepta la presencia de crucifijos en las aulas. Este informe también revela que la aceptación del velo islámico es mayor en España que en el resto de países. Nada insólito, por otra parte, habida cuenta de que hasta no hace mucho el pañuelo, pero cristiano, formaba parte del fondo de armario de muchísimas abuelas.

Los claustros de sendos institutos de Pozuelo de Alarcón (Madrid) se han amparado en que la escuela es un lugar aconfesional en la que prima la igualdad para rechazar que Najwa Malha, una niña española, de religión musulmana y origen marroquí, puede acudir con la cabeza cubierta con el hiyab. La niña, sin quererlo, está atravesando la segunda gran crisis de su corta vida en un tercer instituto. La primera, la derivada de la adolescencia y la segunda, artificial e inflada, porque el tándem padres-profesores han conseguido convertirla en una rara avis que lejos de integrarla en la tan necesaria manada la han apartado sin miramientos de la misma. Los primeros, por creencias religiosas, han optado por la resistencia activa. Los segundos porque han trasladado unos pocos, que no todos, valores democráticos a las aulas.

Por su parte, los políticos han esbozado soluciones tibias, sobre todo por parte de aquéllos de los que se esperaba algo más. Sin olvidar que la justicia española sigue siendo demasiado ambigua a la hora de permitir o vetar el uso de esa prenda.

Najwa, como hace ocho años ya le ocurrió a Fátima Elidrisi, ha quedado al albur de su doble crisis, en la que su notoriedad será tan fulgurante como efímera. Y pese a los sacrificios y sus víctimas, el conflicto seguirá latente.

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