Opinión

Política doméstica

Cuando la política se hace doméstica y se hornea en cocina de leña, el gobernante al tiempo patriarca corre el peligro de confundir dónde acaba el Concello y dónde empieza la familia (la propia o la añadida). No es de extrañar que, si se tercia, llegue a decidir el menú de la cena de Nochebuena en comisión de gobierno o estipule por decreto que la suegra pase al invierno con el portavoz de la oposición. Cuando la forma de gobernar calza zapatillas de casa, surge un trasunto de complicado encaje en el instante en el que la hija, en plena edad del pavo -político-, decide soltar la mano de papá (alcalde de Vilamartín para más pistas). Entonces, según los cánones de la disciplina, llega el castigo, despojándola de cargos y recriminándole, ya de paso, que su hermano lo hubiera hecho mejor. Y ello con publicidad y alevosía para cabreo y deleite del resto del clan. Cuando la esfera pública y privada son más de lo mismo, surge un vodevil en el que Concello y familia salen igual de quemados.

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