Opinión

Las barbas fidelistas

Los españoles eran barbilampiños hasta que Fidel Castro, que cumplió 90 años este sábado, entró en La Habana el 1 de enero de 1959 rodeado por el Ché Guevara y sus revolucionarios barbudos, con los que derrocó al dictador Fulgencio Batista.

De golpe, por toda España comenzaron a aparecer jóvenes barbados que imitaban a aquel héroe revolucionario que prometía crear una democracia como las europeas; occidentales, naturalmente.

Fidel era un treintañero alto y apuesto, un Don Quijote rodeado también de hermosas Dulcineas, cuyo proyecto democrático iba a inspirarse en la república francesa, cargada de libertades, sobre todo de prensa y de pensamiento.

Aquella España estaba sometida al duro franquismo, pero por alguna razón no aclarada, aunque quizás podría relacionarse con el paisanaje, el propio Franco mostró simpatía por el revolucionario, hijo de gallego, y se negó a seguir el boicot dictado por Washington contra su régimen, que nacionalizó las propiedades estadounidenses –y de españoles también- sin pagar indemnizaciones.

Al morir Franco Fidel decretó tres días de luto nacional, aunque sin divulgar la medida, en homenaje a quien consideraba un “dictador fascista”, siendo él quien, tras tomar el poder, se convirtió en un dictador comunista, padre de un sistema de terror, opresor y empobrecedor.

En España iba endulzándose el franquismo y corrompiendo sus esencias nacionalcatólicas gracias a las descocadas turistas nórdicas en bikini que traía el ministro Fraga Iribarne, otro amigo y paisano de Fidel.

La revolución española fue el turismo, base primordial del despegue económico y mental del país, y sigue siéndolo aún hoy.

La moda fidelista de las barbas se redujo cuando se comprobó que su régimen era una bien contada mentira progresista, pero quienes las llevaban siguieron cultivándolas, como los románticos versifican los dolores recibidos de quienes los traicionaron.

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