Opinión

Nova Catalunya

La huida al extranjero este viernes de la secretaria general de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) Marta Rovira para no enfrentarse a su procesamiento en el Tribunal Supremo hace suponer que temía pasarse aquí hasta treinta años de cárcel. Es el coste, realmente poco oneroso, del intento de separar un territorio español de 32.106 kilómetros cuadrados, una quinceava parte del país, con sus 7,5 millones de habitantes. Rovira se ha unido así a Carles Puigdemont, Clara Ponsatí, Toni Comín, Lluís Puig y Meritxell Serret, cuya base inicial fue Bélgica, y a la anarco-tribal Anna Gabriel, que prefirió la Suiza de los banqueros.

En prisión provisional ya están el presidente de ERC, Oriol Junqueras, el exconsejero de Interior Joaquim Forn, y los milicianos ideológicos independentistas de ANC y Omnium, Jordi Sànchez y Jordi Cuixart. Este viernes el juez Llarena ha procesado formalmente a todos estos y a otros 18 golpistas, incluido Turull, candidato a presidir la Generalidad, por lo que quizás antes de ir a prisión deberían imitar a los emigrantes anteriores y buscar una vida menos gravosa en otros territorios.

El mundo está lleno de lugares “Nueva” o Nuevo” fundados por buscadores de algo mejor. Pensemos en Nueva York o en la luna de miel de un mes de Alberto Garzón en la capitalista Nueva Zelanda.  A los dos millones de separatistas catalanes podría buscárseles un territorio para que creen su Nova Catalunya o Catalonia, y al cronista se le ocurre que podría ser en Argentina, en zonas vírgenes y ricas como Tierra de Fuego.

Ese país hermano debería ceder una parte de su superficie para compensar a España mínimamente por haber acogido a nativos suyos como Pablo Echenique, Alberto Dante Fachín, Gerardo Pisarello y, sobre todo, a la monja contemplativa Lucía Caram.

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