Opinión

El bailarín de los cúmulos nimbos

A pesar de que al amparo de las nuevas tecnologías, y en los brazos de movimientos revisionistas y críticos con el pasado, se han vuelto frecuentes las listas de mejores y peores en sus correspondientes empleos, no he visto ninguna de ellas en la que se haga memoria de los méritos y deméritos de los presidentes del Gobierno de España, una función que lleva vigente si bien con distintas denominaciones y funciones de mayor o menor trascendencia, desde la muerte del infame Fernando VII. Si las hubiera, es posible que Antonio Cánovas del Castillo, José Canalejas, Adolfo Suárez, Práxedes Sagasta, Felipe González o Niceto Alcalá Zamora se disputaran los puestos de cabecera, dicho con el mayor respeto y en función de mis apreciaciones personales. Caben debates abiertos al respecto, y seguramente muchos eruditos prefirieran a otros excelentes primeros ministros aunque estoy por apostar que muy pocos se inclinarían por incluir a José Luis Rodríguez Zapatero en ese paquete. Entre otras muchos factores, porque no le lo merece.

Pero él no lo sabe y nunca ha sido de ello consciente. Acabo de asistir a una de esas etéreas y peregrinas intervenciones características de Zapatero, escenificada en un mitin socialista en el País Vasco, y aún sigo dándole vueltas a su parlamento para asegurarme de que no he sido víctima de una alucinación relacionada con la ingesta de LSD. Se parece a algunos recitales pasados como aquel en el que se autodefinió como pastor de nubes y añadió que se dedicaba a contarlas apaciblemente. En este caso, la materia en la que se sustentaba el parlamento era la condición infinita del infinito y la singularidad de la raza humana en comparación con la dimensión inalcanzable del cosmos. En este elaborado y filosófico contexto, expresaba el sujeto su gozo porque encontraran acomodo en espacios de semejante magnitud, virtudes admirables como los libros y el amor, ambas propias del ser humano con carácter exclusivo. El estado general del ex presidente era tan entregado al arrebato de lo trascendente que tal parecía como si el que se hubiera atizado un terrón empapado en ácido lisérgico fuera él y no el oyente. Zapatero está en estos momentos bailando el vals sobre un lecho de cúmulos nimbos. E incluso me atrevería a significar que nunca se ha bajado de ellos ni cuando era presidente. No se pierdan la intervención. Vale la pena.

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