Opinión

Los buenos vasallos

En menos de quince días, y gracias a un tour fruto de distintos compromisos que me han llevado por muy diversas tierras de este país bendito que hemos dado en llamar España, se me ha dado a probar lo mucho que hay en todos los sitios para sentirse partícipe de aquello que se elabora en un milenario laboratorio de contrastes que es esta vieja piel de toro en la que todo lo que en ella se posa es digno de ser aprendido, contemplado, aprovechado, disfrutado y sentido. Vengo reflexionando en ello sentado frente a la ventanilla de un tren que me trae a Andalucía y al paso por Córdoba, donde los termómetros rebasan a estas horas los 39 grados y las aceitunas se majan solas.

Una horas antes, estaba yo en Madrid asomado a las rejas del viejo cementerio de La Florida donde descansan los cuerpos de los 40 patriotas que fusiló Napoleón en la montaña del Príncipe Pío encabezados por un broncas de Santoña que le plantó cara al pelotón de gabachos en el momento de la descarga y que don Paco Goya dejó para la eternidad vestido de amarillo y blanco con los brazos en aspa a la luz de un farolón gritando aquello de “tirad cabrones y por Dios que aquí os esperamos”. 

Venía yo de ver en la plaza del Espolón de Logroño la estatua ecuestre de don Baldomero Espartero y los famosos atributos de su caballo que se han convertido en una enseña nacional a la hora de plantearse hazañas y ponerse el mundo por montera a la brava. Y con un amigo muy devoto del histórico capitalino nos dimos una vuelta por una de las alas del cementerio de la Almudena en cuyo muro interior hay siempre flores frescas en honor de trece mujercitas enternecedoras a las que fusiló la barbarie de los vencedores. Trece rosas, trece heroínas, trece besos al viento de una España que a lo peor no se merece a estas horas sacrificios tan rotundos y que debería reflexionar en común para responder con la generosidad debida al honor de tener entre los suyos a gentes tan hermosas. Los cuarenta de La Florida y las trece de la Almudena, qué buen vasallo si hubiere buen señor, dice el romancero.

Sobre las Salesas y los sepulcros de don Fernando VI y doña Bárbara de Braganza ya hablaremos otro día que aquí, si uno se pone a ello, no hay quien le pare.

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