Opinión

Los bulos del verano

Un observador imparcial del fútbol femenino y  yo por ello me tengo, suele ser invitado rápidamente a sumarse al debate permanente sobre el tamaño y dimensiones de las porterías cuando el juego lo practican mujeres, porque es un debate que necesita producirse. Con independencia de la inmensa satisfacción que nos han dado las chicas de la selección nacional al clasificarse para jugar la final del Campeonato del Mundo, es evidente que ninguno de los goles marcados durante este partido en la cumbre en el que España coronó una verdadera hazaña, se los hubieran marcado a un guardameta profesional masculino de cierta categoría. Y desde luego, el que ponía broche de oro al partido y significaba la clasificación del combinado nacional, lo hubiera parado sin gran esfuerzo el portero de un equipo juvenil. Incluso yo mismo, cuando era joven y jugaba con cierta fortuna en ese puesto.

Personalmente soy partidario de la igualdad pero no todo el mundo lo es y está en su derecho. Los aros de las canastas de baloncesto están situados a la misma altura para los chicos y para las chicas, y las redes de una pista de tenis y sus medidas igualan también a ambos sexos. También son iguales los marcos en las metas de una cancha de balonmano y tampoco se baja la malla para que las mujeres jueguen al vóley en pista o  arena. 

Sin embargo, en fútbol la diferencia es, o al menos a mi así me lo parece, mucho más evidente que en otras disciplinas. Y los fotogramas de este encuentro en la cumbre así me lo recuerdan. Yo sostengo, y así lo he venido haciendo en las discusiones familiares que inevitablemente se producen mientras nuestra selección hace historia, que no es necesario tocar absolutamente nada  sino que lo que resulta necesario es convencerse de que se está viendo otro fútbol distinto y quizá más divertido que aquel al que estamos acostumbrados a ver cuando los que lo practican son hombres. Los espacios son inmensos, la pelota hace parábola en casi todos los desplazamientos,  y se reduce la velocidad de los lances, la agresividad de los marcajes y la fuerza de las disputas. En cambio, hay una escrupulosa disciplina táctica, una entrega ejemplar, y un  sentido de conjunción y equipo que se olvida de individualidades y fomenta y premia la aventura asumida en común. Otro fútbol en efecto.

Quizá  es en la portería donde se advierten con más intensidad esas diferencias. Y una vez aceptado esto, a disfrutar que hay razones para ello.

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