Opinión

Debilidad histórica

Tanto hemos aprendido los españoles asomándonos a las excelencias del cinematógrafo que, gracias a su poderosa influencia, tenemos una opinión más consolidada de ambientes lejanos que de los nuestros. La influencia de las películas ha sido tan poderosa que su contemplación nos ha impulsado a conocer mejor el paisaje histórico en el que se instala la epopeya del lejano Oeste que lo que ocurría en nuestro propio país y en ese mismo tiempo. De hecho, muy pocos son los que conocen  la historia del atentado que costó la vida al general Prim ocurrido en Madrid justo en estos días de finales de diciembre en 1870. Da la casualidad de que es exactamente la época en la que suele situarse la acción de la mayor parte de las grandes películas del western. Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar tajantemente que sabemos mucho más sobre la guerra de Secesión de los Estados Unidos que sobre muestras guerras carlistas, y que nos resultan mucho más familiares los nombres de Buffalo Bill, Billy the Kid, Calamity Jane o el sheriff  Wyatt Earp que los del general Serrano, Emilio Castelar, Montpensier o el propio Prim y todos ellos coincidieron en su tiempo. El presidente Ulysses Grant se carteaba con Prim y, para demostrarle su amistad, le envió como regalo un estuche conteniendo dos hermosos ejemplares de Colt 45 Navy de esos que lleva colgados de su canana cualquier vaquero de la pantalla que se precie.

El problema de raíz es probablemente más propio de la interpretación del fenómeno de la mercadotecnia que anidó desde el primer momento en la economía estadounidense que de otra cosa. Desde sus albores, el cinematógrafo encontró una mina en las historia del Far West, y para hacerlo más atractivo y rentable simplemente se reinventó la época. La mayor parte de las producciones que trataron el tema carecían del más mínimo rigor histórico y tuvieron que ser los realizadores italianos quienes desde los desiertos de Almería, comenzaron a ofrecer una visión más ajustada y veraz de aquel histórico momento. Ninguno de los espectadores nacionales de entonces se planteó la posibilidad de que aquel tratamiento del Oeste no tuviera ni pies ni cabeza. Solo valían las broncas en la cantina y los tiros. Claro que, una encuesta relativamente reciente dice que la mayor parte de los universitarios españoles confunde  a Alfonso X el Sabio con Alfonso XIII.

Te puede interesar