Opinión

El mes caliente

Septiembre es un mes intenso y el devenir histórico así lo demuestra. En septiembre han pasado tantas cosas a lo largo de la historia que cuesta trabajo recordarlas todas, desde la constitución del Congreso de Viena que reconfiguró la caótica Europa dejada en prenda por Napoleón al atentado de las Torres Gemelas. En nuestro país, este mes epílogo del verano siempre se ha distinguido por las causas candentes, y por eso en septiembre de 1868 se produjo la revolución llamada Gloriosa que destronó a la reina Isabel II, y en 1832 se murió de verdad Fernando VII contribuyendo con sus bandazos políticos a desatar una guerra civil que duró cincuenta años aunque los historiadores españoles y extranjeros, cegados por la tragedia inconsolable de la del 36 apenas le han prestado atención y eso que fue más larga, aún más oscura y seguramente más sangrienta. Para los que apuesten por avivar sus conocimientos históricos cabe recordar que en septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia dando inicio a la II Guerra Mundial, que en este mismo mes pero en 1870 Napoleón III fue masacrado en Sedán y perdió su imperio, que en 1945 Japón firmó su rendición en el acorazado “Missouri”, que en 1973 mataron a Víctor Jara y sacaron cadáver del Palacio de la Moneda al presidente resistente Allende, y que en 1956, un ardoroso poeta le metió un tambor entero de un Smith & Wesson del 38 a Tachito Somoza y lo mandó directamente de la ciudad de León en Nicaragua al cielo en caso de que  a todos nos aguarde la gloria sin juicio previo.

Este septiembre de nuestro año del Señor no va a diferir mucho de otros periodos equivalentes que han otorgado merecidamente al mes el inquiétate calificativo de “caliente”. En septiembre, el nacionalismo catalán celebra la Diada, fiesta de exaltación popular que paradójicamente celebra una derrota, algo seguramente incomparable a cualquiera otra efeméride celebrada en el mundo entero. Se inspira en el hecho de que la ciudad de Barcelona –que se había alineado con el pretendiente equivocado en la pugna por el trono vacante de España- se rindió en 1714 a las tropas del rey Felipe V de Borbón. Ahí dio comienzo  ese curioso ideario que alienta el pensamiento de Puigdemont al que hoy debemos concretamente que el Parlamento nacional sea un caos lingüístico, y al que deberemos mucho más antes de que acabe este  ardoroso septiembre. La que nos espera.

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