Opinión

Fervor en Portugal

Confieso que me sorprenden este tipo de  congregaciones multitudinarias con las que periódicamente muestra su poder de convocatoria la Iglesia católica. La que se celebra  estos días en Lisboa acoge a la juventud llegada de todos los rincones del planeta. Y contemplando la tendencia laica e incluso contraria a cualquier planteamiento religioso en el que parecen habitar los segmentos más jóvenes de una sociedad no especialmente espiritualizada como la nuestra, comprobar  la entusiasta reacción de estos chicos y chicas que viajan a Lisboa al encuentro con el Papa en nombre de un Jesús reinterpretado y moderno que se maneja por internet y que es protagonista ganador en los foros de las redes sociales, me deja sinceramente turulato. Es por tanto cierto, y así lo demuestran esas multitudes de alegría contagiosa y entusiasmo juvenil que peregrinan y se juntan para consolidar el mensaje de Cristo a través de los años y de los siglos, que los más viejos –y mucho más descreídos por cierto- debemos a prender a analizar el fenómeno juvenil con más cuidado del que habitualmente empleamos para ello y no dejarnos guiar por impresiones primeras. Hay un  enorme sustrato creyente entre los jóvenes y estas Jornadas de Juventud que se celebran periódicamente en lugares distintos de nuestro mundo así parecen demostrarlo. Para los más jóvenes, el mundo es una aldea y no tiene fronteras. Ellos están en su mayoría habituados a recorrerlo, a convivir sin complejos con otras razas, colores, creencias y hábitos sociales, son mucho más permeables al conocimiento, y son en su mayoría bilingües, solidarios, generosos y optimistas, virtudes todas ellas que combinan francamente bien con el ideario de Cristo o como quiera que se llamara aquel profeta medio loco e impredecible que predicó un código de comportamiento tan peligroso para el poder que le costó la vida.

Puestos a reconocer, reconozco también que el jesuita Berdoglio hoy Francisco, no ha respondido a las expectativas que algunos habíamos puesto en él y en aquellos inicios suyos muy potentes como necesario reconstructor de un prestigio maltrecho. Es natural que así sea porque más vale iniciarse despacio y acabar  fuerte que es lo contrario, de lo que hizo él. El estigma de los abusos en la Iglesia sigue indeleble. Pero esta movilización juvenil permanente pregona que hay base para hacerlo bien. Lo digo yo que cada vez creo menos.

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