Opinión

El folletón por entregas

El folletón por entregas en el que se ha convertido el caso Rubiales –cuya madre se ha acogido a sagrado encerrándose en una iglesia de Motril donde acaba de iniciar una huelga de hambre en defensa de su hijo- lleva camino de convertirse, por propios merecimientos, en un nuevo capítulo de la serie de Galdós “Los episodios nacionales”, o mejor aún, en un una nueva entrega de la serie cinematográfica de Torrente.

Nadie podía suponer que el primer campeonato del Mundo logrado por la selección nacional de fútbol femenino acabaría convertido en este disparate en el que todos sus actores parecen competir entre sí a ver a quién se lo ocurre la más gorda, pero esos somos nosotros. Estamos pues ante una explosión de comportamientos extremos en la mejor línea de excesos en catarata que confirman la intensidad del carácter español por el que se ha hecho famoso en el mundo entero. El reflejo en la vida real de aquel “España y yo somos así, señora” que Eduardo Marquina puso en los labios del capitán de Tercios don Diego de Acuña, protagonista de su célebre obra “En Flandes se ha puesto el sol”. Lean, lean.

Hay tantos sainetes prendidos entre los pliegues de nuestra historia doméstica, tantas excentricidades amparadas en nuestros históricos comportamientos, tantos personajes de perfiles caricaturescos y actitudes dislocadas que se citan de tiempo en tiempo para aderezar nuestro andar cotidiano, que una historia más como la de este personaje  de barraca de feria llamado Rubiales forma parte de nuestro largo y proceloso acerbo. El país ha salido a la calle para tomar partido como ocurría a finales del siglo XIX, cuando los guardias tenían que intervenir para separar a los aficionados taurinos divididos entre los de “José” y “Juan” que se daban cita en las tapias del Retiro para zurrarse la badana en defensa de su diestro favorito. Unos, los de Joselito y otros, los de Juan Gómez el Gayo, y todos descalabrados y en la Casa de Socorro tras el enfrentamiento.

Viéndolo así, más fríamente, uno ha de admitir que si no fuéramos como somos el Quijote no se habría escrito nunca porque en  verdad no sería posible un don Alonso Quijano noruego. Y sin embargo, mira que es triste. Las chicas, campeonas del mundo. Y nosotros, a la greña en vez de celebrando esta enorme epopeya. Los periódicos ingleses no se lo creen. Léanlos y verán.

Te puede interesar