Opinión

Muerte en la calle

Basta con repasar las imágenes que nos llegan de Ecuador relacionadas con el asesinato del candidato a la presidencia del país, Fernando Villavicencio, para suponer y sospechar que en ciertas latitudes del mundo postularse como defensor de causas anticorrupción no es el mejor remedio para mantenerse vivo. El panorama que muestran las imágenes confusas que proyectan casi en bucle los informativos de todas las televisiones mundiales es estremecedor. Un aspirante a la presidencia del país es acribillado a balazos en mitad de una concurrida calle de la capital, Quito, cuando se introducía en su coche tras participar en un acto electoral. Un comando de sicarios armados con fusiles ametralladores ha disparado al bulto y no solo ha acabado instantáneamente con la vida de Villavicencio, sino que ha herido a cinco o seis personas que se encontraban en la acera o pasaban por las inmediaciones del lugar donde se celebraba el mitin incluyendo una congresista con escaño en la Asamblea Nacional. No es fácil ni agradable aceptar que en ciertas partes del mundo esta tipo de situaciones no son infrecuentes, pero lo cierto es que aún hoy hay latitudes en las que se producen estos baños de sangre cuya autoría probablemente nunca será resuelta. Los magnicidios acaban perdidos en la niebla y antaño, cuando en nuestro país eran relativamente habituales –cinco primeros ministros españoles han muerto en el desempeño de su cargo- en muy pocos casos se conoció quienes estaban detrás de la acción criminal y cuáles fueron los motivos verdaderos de actos de esta naturaleza.

Como argumento que añade un punto más de reflexión a esta tragedia, conviene recordar que Villavicencio era periodista y había adquirido notoriedad como azote del presidente Correa, un tipo inclasificable y convulso a medio camino entre la santidad y el latrocinio, que mantenía un ideario caótico y populista, mezcla de marxismo y sustrato católico, que le valió sin embargo una de las más largas presidencias del país. Villavicencio tampoco ha estado nunca muy seguro de su propia ideología, un doctrinario que ha ido evolucionando hacia un centrismo social desde posiciones de ultraizquierda,. Pero lko que no estaba en duda era su fijación por Correa al que se empeñó en perseguir y mostrarlo como un político corrupto y desvergonzado al que persiguió con denuncias y artículos de investigación y al que pretendía meter en la cárcel. Alguien ha decidió que eso no podía tolerarse. Y se lo ha cargado. Así de simple.

Te puede interesar