Opinión

Los que no se llevan

El pasado miércoles, el mismo día en el que un Godzilla de hierba asombró a la ciudad y se mantuvo breves horas plantado en mitad de una de sus plazas para desaparecer de ella cuando alguien comprendió que el emplazamiento era un trágico error en un día de mitin culminante y trascendencia política extrema, Susana Díaz y Pedro Sánchez coincidieron por primera y última vez en un acto electoral socialista cuyo desarrollo siguieron ávidamente los medios de comunicación no por lo que los candidatos dijeran sino por el morboso añadido de las reacciones que pudieran acompañar al encuentro. Susana Díaz, que reina en Andalucía aún a pesar de sus dificultades para presidir su Gobierno, y Pedro Sánchez, secretario general del partido al que ella pertenece, no se toleran, han procurado no cruzar sus caminos en esta campaña que para los andaluces es como para nosotros, estrictamente municipal, y al final han ido a darse cita no deseada aunque aceptada por ambos en Alcalá de Guadaira, y el protocolo los ha sentado codo con codo. Los medios estaban atentos y han constatado que no se saludaron ni al entrar ni al salir y que durante la ceremonia apenas se miraron. Por mucho que se necesario poner cara de jueves en encuentros en los que prima ofrecer una imagen de unión y cariño mutuo, los que no se llevan no se llevan. Y Susana y Pedro simplemente no se pueden ni ver. Los andaluces para eso son muy apasionados.


Un amigo mío, coincidió hace relativamente poco tiempo en el ascensor de un hotel madrileño con Felipe González y Alfonso Guerra. Ambos semejaban dos extraños que no se hubieran visto en la vida mirando cada uno a un lado del estrecho recinto. No se dirigieron la palabra y cuando el ascensor paró en la planta correspondiente, cada uno siguió su camino. Se trata de situaciones más frecuentes en la política de lo que sospechan ciertos ciudadanos, y una larga presencia en este universo tan extremadamente pasional, intenso y complejo puede producir situaciones así de dolorosas. Que amigos de toda la vida, que han crecido y medrado juntos, no vuelvan a serlo.
Guerra se ha cortado la coleta, ha escrito unas memorias de un interés relativo y mucho más aburridas y pobres de lo que cabría suponerse conociendo al autor y se irá a su casa sin querer saber más de esto. González es hoy un burgués gordo y exquisito, aburrido, absurdo y podrido de dinero. La vida de muchas vueltas.

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