Opinión

Las odiosas despedidas

Las despedidas siempre son tristes y la de Alfredo Pérez Rubalcaba no va a ser una excepción entre otras muchas cosas porque algunos que ni somos de aquí ni somos de allá consideramos está despedida -seguramente obligada y a lo mejor necesaria para un partido que se está muriendo a chorros- no ya como un paso cuajado de incógnitas sino como una suave pero indudable tragedia. El político santanderino es uno de los últimos supervivientes de la vieja guardia, y para su mucha desgracia, el heredero de los disparates que rubricó su antecesor. El problema es que aquella sarta de dislates que cometió Zapatero a diestro y a siniestro no sólo han acabado por engullirle a él sino que son directos responsables de una cuota no desdeñable de esa dramática situación que vive la sociedad española incluyendo en el paquete la deriva del nacionalismo catalán al que ya no se le adivina un final si no es por la tremenda.

Estamos ante un momento muy delicado que demanda prudencia, dignidad, sentido común y un imprescindible cambio de estilo y argumentos políticos y personales en cuyos compases el partido socialista debe estar involucrado a pesar de su difícil presente y su incalculable futuro, que es precisamente lo que a algunas personas viejas en edad y memoria como es mi caso nos trae por la calle de la amargura. Los grandes partidos conservan un sentido institucional y una experiencia en las cuestiones de Estado que las nuevas y coyunturales formaciones hijas de situaciones puntuales no solo no poseen sino que no tienen ni el más mínimo interés en poseer, y uno de los peligros a los que se enfrenta un socialismo sin Rubalcaba es depositar el mando en las manos del personaje equivocado. Si eso ocurre, el equilibrio se va al diablo y el diálogo político entraría en pérdidas con consecuencias francamente indeseables.

Rubalcaba ha sido, incluso a su pesar, un filtro que ha contribuido a mantener la serenidad en escenarios candentes así que es pertinente preguntarse si ese atisbo de santidad que ha impedido a muchos de sus correligionarios abrazar, más por fuerza que por creencia, determinadas locuras puede seguir operando. Así será si se obra con cabeza. Y si no, atengámonos a las consecuencias.

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