Opinión

Dos del oficio

En algún lugar debería estar escrito dónde van los periodistas que dejan este mundo y cuáles son los protocolos que permiten fundar redacciones allí arriba que acojan con el cariño y la dignidad que se merecen los que nos van faltando. Son quienes se despiden, aquellos a los que tenemos por maestros del oficio, suponiendo y es mucho suponer, que los periodistas podamos ser maestros de algo.

En dos días, y prácticamente seguidos, se nos han ido Juan Ramón Díaz y Jesús Hermida, dos ejemplos excelentes de esta cofradía variopinta y mal avenida que componemos los plumillas, y forman parte de aquella generación irrepetible y en verdad no siempre bien tratada que ofició de frontera entre el periodismo anárquico, bohemio y golfo que se ejercía entre figones, tabaco y señoritas de mala reputación, y el nuevo periodismo recién descubierto e importado de los Estados Unidos con el que muchos soñábamos en el que a los redactores jefes ya no había que ir a buscarlos al cabaret sino que podía encontrárseles escudriñando la televisión en blanco y negro y buscando en ella pistas e inspiración que permitiera tratar con profesionalidad las noticias y colocar en nuestro país los cimientos del periodismo contemporáneo.

Yo mismo, cuando era aún mocito, hube de ir a rescatar a uno de mis directores –no me tiren del gas- a una barra americana y llevármelo mamado como un buey a su casa, pero ya estoy por fortuna más cerca de Jesús Hermida que de Mariano José de Larra, y la generación que me precedió y de la que forman parte ambos fue la que abrió la puerta y sobre todo, abrió las ventanas. Aunque solo sea por eso, merecen eterno agradecimiento.

Coincidí muchas veces con Juan Ramón y pegamos hebra en muchos casos, aunque el era director de un periódico grande y yo lo era de uno modesto y entrañable. Campanudo y docto, benevolente y cáustico, me dio muchos consejos y todos me fueron útiles porque sabía mucho de todo y yo los aproveche para salir relativamente bien librado de situaciones de compromiso de esas de las que no te libras cuando estás dirigiendo un medio. Casi nunca lo diriges de verdad y casi siempre te descalabran. De Hermida aprendí a distancia. Nunca le conocí pero siempre me cayó simpático.

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