Opinión

Un país para comérselo

A estos españoles viajeros de primer tercio del siglo XXI lo que más les preocupa durante su periodo de vacaciones en territorios que no están incluidos entre sus mayores conocimientos es donde comer bien. 

Yo, que soy un auténtico  veterano en un maravilloso pueblo costeño antaño pescador y marinero lo compruebo cada día cuando paseo por sus retuertas calles interiores y los visitantes se me acercan a cientos preguntándome lo mismo. Afortunadamente, aquí lugares donde comer estupendamente sobran.

La reflexión no se esconde en la dificultad de la elección sino en el análisis sociológico de la pregunta y lo que su sentido comunica a aquellos que ya tenemos cayo y las hemos visto de todo tipo. El país ha evolucionado de un modo sorprendente en un tiempo récord, y ha pasado en cuestión de días del blanco y negro a un fastuoso multicolor lleno de belleza, luz y matices. Hace algunas semanas, la situación a la inversa me tocó vivirla a mí en Bilbao cuando, decididamente sorprendido y entregado a la belleza y atracción de una ciudad que conocí hace tiempo, preguntaba a sus felices ciudadanos por el paisaje urbano de las Siete Calles y la Plaza Nueva, eso de aquí donde se come bien que recibía respuesta acompañada con una amable y comprensiva sonrisa. Bilbao hace treinta años era un lugar sombrío, renegrido, torvo y decididamente horrible   por el que me recuerdo a mi mismo vagando con las manos en el bolsillo de un chubasquero y procurando llamar la atención lo menos posible no fuera que por puro desconocimiento te significaras, te equivocaras, te distrajeras y te pegaran un tiro.

Vigo, Málaga, Santander, Madrid… son ciudades que frecuento por diferentes motivos y todas ellas han evolucionado hacia la luz encabezando esa nueva oferta de ocio y disfrute con la irresistible bandera de la gastronomía que la sociedad del nuevo milenio considera prioritaria y estima insoslayable sea cuál sea el objetivo de la visita. Lo mejor de todo es que en esas ciudades que conozco bien, en otras que no frecuento tanto y en aquellas en las que no he estado en mi vida, el asunto del buen comer está resuelto aunque, como es natural,  haya que rascarse el bolsillo. Estamos en un país para comérselo entero. No nos lo carguemos a poder ser. 

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