Opinión

Los servidores de la causa

A los periodistas nos ha ido mal casi siempre salvo alguno que ha salvado el pellejo dejándose de tributar moralmente al oficio y otras hermosas zarandajas y convirtiéndose en estrella mediática que esa es otra cosa. Cualquiera es periodista ahora, y se da la paradójica circunstancia de que cuanto menos periodista eres más fácil estás para ganar pasta. Y si ni siquiera lo eres, entonces te pones morado como ocurre con estrellas de espacios de lo cardiaco que jamás han pasado por un aula pero que tienen una cierta donosura en sus cuerpos y eso juega como valor añadido a su favor a falta de otras prendas menos vistosas.

Los periodistas no tenemos lo que se dice un sólido respaldo social y no somos lo que se dice gente bien mirada. Se nos tiene por cotillas y huele-braguetas, se nos acusa de individuos carroñeros que nos lucramos de la muerte y la miseria de los demás, se nos considera capaces de vender a nuestra propia madre por conseguir una exclusiva, y de hace tiempo somos el terror de la gente de orden porque vamos por la calle tirando sablazos a diestro y siniestro, o así se supone.

Por eso, la sociedad ni se inmuta cuando un consorcio de periodistas cuyos nombres nadie conoce y a los que seguro no les llega la pasta que cobran hasta el final de mes y se exponen encima a acabar en un juzgado o lo que es peor, en un dispensario, destapan miles de documentos que hacen temblar los cimientos del sistema y demuestran que en las sentinas hay gente de todo pelaje incluso aquellos que de boquilla se definen a sí mismos como luchadores en defensa de la honestidad. Los ilustrados del siglo XXI exigen a los periodistas hacer buenos periódicos y servir con esfuerzo anónimo y su propio espinazo a las causas más nobles. La libertad, el pensamiento, la verdad, la ecuanimidad, la honestidad, el compromiso, la solidaridad, la justicia, el deber… Y cuando los periodistas cumplen con esos planteamientos que se les exigen, nadie se sorprende ni se lo agradece nada, como si fuera deber de esa buena gente cumplir con todas estas exigencias sin obtener nada a cambio. No dinero, pero sí al menos el prestigio de haber servido bien a la causa. O el cariño de los ciudadanos…

Nadie sabrá nunca quien, desde el interior del bufete Mossack Fonseca & Co, ha cantado la Traviata. Pero tampoco necesitará saber quiénes son los que desde fuera, y jugándose la piel, han tirado de la manta.

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