Opinión

La tiranía del tiempo

Lo bueno de cumplir años no es solo la certeza de que uno ha llegado al menos hasta este momento justo –algunos no ha podido hacerlo y eso, en verdad, alivia mucho- sino la posibilidad de haberse asomado a muchas cosas y haber sido testigo presencial de acontecimientos que, a la vuelta de la esquina, se convierten en argumentos de novela, guiones de cine e incluso razones esgrimidas como pura teoría política. Esa condición de veterano legitima mucho a la hora de evitar que te den gato por liebre. Es posible que algunos políticos republicanos puedan seguir contando a sus seguidores majaderías tales como aquella de que el general Pavía entró a caballo en el Congreso para disolver las Cortes, pero si bien personalmente y a pesar de mi avanzada edad, no estuve presente el día en que Manuel Pavía trató de echarle una mano a su amigo Castelar desde capitanía general para que la República siguiera siendo unitaria y no federalista, si estuve al tanto de otros paisajes históricos posteriores que ahora se procuran enarbolar para arrimar el ascua a cada sardina.

Este es el caso de Adolfo Suárez, al que los políticos recientes de diferente factura parecen haber descubierto y han convertido en inspiración y guía. La nueva generación se fija a estas alturas en un personaje al que anteriormente y desde sus propias instancias se demonizó apelando a un pasado azul marino, a su inconsistencia ideológica, su golfería política y otros factores más íntimos incluso. Pedro Sánchez, al que Suárez se ha aparecido estos días sobre una rama para mostrarle el camino de la salvación, ha olvidado que uno de los grandes referentes de los últimos tiempos en su partido, Alfonso Guerra cuyo libro de memorias es sorprendentemente tedioso y rutinario aunque parezca mentira, fue quien empleo una mayor crueldad con Suárez, y de su boca salieron las descalificaciones más salvajes y también más injustas. Es verdad que Guerra no solo se ha atemperado con el paso del tiempo sino que se acaba de jubilar en el Hemiciclo y seguramente en esa condición no estará particularmente orgulloso de las barbaridades que, con respecto a Adolfo Suárez, salpicaron su discurso parlamentario y sus comparecencias de prensa en aquel tiempo. Pero lo dicho, dicho queda. Cuesta pensar que para un mismo partido, el que en su día fue la bicha sea hoy el ejemplo a seguir. Claro que lo mismo le ha pasado a la derecha con don Manuel Azaña.

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