Opinión

Verano candente

Como quiera que este verano se ha empeñado en mostrase informativamente más activo que cualquier otro en lo que llevamos de siglo, acabamos de compartir el desayuno con la muerte a bordo de un avión que ha explotado en el aire, del comandante en jefe y propietario de la milicia privada Wagner, aquella que hace unos meses se rebeló contra Vladimir Putin y amenazó con conquistar el Kremlin. 

La operación salió mal y el propietario de aquel ejército, un ex militar y multimillonario ruso de sesenta y dos años llamado Evgeny Prigozhin, se vio obligado a retirar a sus hombres convencido por la mediación del presidente bielorruso Lukashenko. Putin, que nunca había reconocido la posibilidad de que en el conflicto de Ucrania intervinieran tropas mercenarias a favor de Rusia, fue sumamente duro con la Wagner cuando  esta división aceptó renunciar a sus objetivos. Aireó las fortunas que cobraban por poner sus armas al servicio del mejor postor –entre los que se encontraba el propio líder ruso- y ofreció incorporar esas tropas al ejército regular con todos los derechos de una milicia gubernamental.

Ayer se supo que el miércoles, el avión en el que viajaba Prigozhin junto a su segundo en el mando, su camarógrafo personal y dos guardaespaldas, estalló en el aire  aunque no se ha precisado aún si fue derribado desde tierra o sufrió el estallido de explosivos colocados a bordo. Da igual, Prigozhin –un sujeto igual de temible que Putin y tan cruel y despiadado como él- cometió la temeridad de intentar un asalto al poder que aterrorizó al mandatario ruso. 

Temblando aún de miedo tras la impresión recibida, cabe suponer que se prometió a sí mismo que aquel viejo jefe mercenario igualmente defensor a ultranza de la vieja Rusia oscura y totalitaria, no podía seguir vivo no fuera el caso que tratara otra vez de moverle la silla. Se calcula que la Wagner ha mantenido en el frente hasta su intento de golpe de Estado, un total de 50.000 combatientes aunque otras fuentes suponían que la milicia privada había abierto un banderín de enganche  capaz de acoger a otros 50.000, muchos de ellos reclusos liberados para marchar al frente.

A Prigozhin no le esperaba otro destino que morir como fuera. Y de paso, nosotros no nos aburrimos este verano. Aquellos veranos felices, vacíos de contenido, ya no existen.

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