Opinión

Carl Sagan

En el pasado diciembre se cumplieron veinte años de su fallecimiento. Libros y serie de televisión hicieron época. Se escaparon de las estancias y laboratorios en los que se investiga la vida hasta los confines del universo y llegó hasta la calle toda la sabiduría concentrada en un hombre que enamoraba con la palabra. Este hombre, astrónomo norteamericano, se llamaba Carl Sagan. Carl Sagan nació con la mirada dirigida hacía más allá de los ámbitos que sus ojos captaban. A los cuatro años, en una exposición en Nueva York, se maravilló ante la cápsula del tiempo, recipiente que contenía manuscritos de Albert Einstein y Thomas Mann, junto a otros objetos cuya información era reservada para ser dirigida a posibles civilizaciones futuras con el fin de dar a conocer el devenir de nuestra historia. 

Esta cápsula del tiempo despertó en Carl Sagan su pasión por la ciencia, el cosmos y también, cómo no, por la vida extraterrestre, existencia sobre la que todo mortal se ha preguntado desde siempre con inquietud. Su afán por el conocimiento traspasó todos los límites de la curiosidad y el estudio, hasta lograr que la NASA incluyera en la Pioneer X, lanzada para explorar determinados planetas, una placa con datos del hombre y la tierra con destino a posibles e ignoradas culturas de la galaxia que pudieran interceptar las ondas de la Pioneer. 

Carl Sagan sea tal vez el científico divulgador que mejor supo hacer que los mortales bailaran entre las estrellas y soñaran con alcanzar el sol sin quemarse. Aquellos que cada noche miran el cielo, se quedaron huérfanos de quien sabía guiarlos tan extraordinaria y sencillamente por los planetas y las galaxias. Él mismo era un enamorado de ese misterio que rodea a la humanidad, y hacía partícipe a todos de ese sentimiento. El mundo entero, mecido por la música insuperable de Vangelis, se paraba, y se hacía inmenso por las noches en la pequeña pantalla. Ésta llenaba la sala de estar de sueños, mientras Carl Sagan los elevaba a los límites de la sensibilidad humana. Y uno se sentía pequeño ante la grandeza que veía, y al mismo tiempo se sentía grande, poderoso y sorprendido, al pensar que era parte intrínseca de ese prodigio. Carl Sagan era un poeta, y nos brindó las posibilidades de transformar lo cotidiano en otra dimensión y la oportunidad de volar hacia donde nunca nadie llegó.

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