Opinión

Como de cristal

La La vida de todo lo que contiene este globo colgado de la nada en el que estamos, es como un cristal precioso, brillante y fino, tallado con sumo esmero por un misterio al cual cada uno puede ponerle nombre: Dios, Naturaleza, Azar... ¿Inteligencia? ¿Por qué no? Por lo pronto, tal vez sea la única explicación a algo que nadie hasta el momento entiende a pesar de los pesares y de todas las teorías y pruebas científicas o reflexiones filosóficas con que el hombre ha tratado siempre de ponerle luz. 

El cuerpo de cualquier ente se ha convertido en un amplio campo de experimentación: trasplantes, trasfusiones, seres probeta, etcétera, pero como declaran los expertos, en los laboratorios todavía no se ha creado vida. El cristal fuerte y vulnerable a un tiempo, de características morales tan variables e imprevistas, se convierte a veces en un espejo que nos ofrece la dualidad perfecta que nos permite mirarnos a nosotros mismos, situados en dos mundos gemelos, pero ambos infranqueables. 

Sin embargo, con ser tan fuerte y primorosamente trabajado, ese cristal al que el sol y la lluvia vivifican, cualquier estremecimiento de la tierra, bostezo del mar, u ocurrencia humana, puede quebrarlo irremisiblemente. Incluso a veces no es necesario que algo de eso suceda para que la pulpa llamada corazón que vive en él, se desgarre por completo. Basta que en el devenir del tiempo se tropiece con lo inesperado, pero temido, para que el día se convierta en noche y las manecillas del reloj se paren en una lágrima fundida en negro. Entonces nos damos cuenta de que el mundo que creíamos dominar con optimismo y mano firme se ha roto en pedazos y sus aristas se han clavado inmisericordes en la fortaleza que creíamos inexpugnable. Ese es el momento preciso en el que vemos nuestra verdad: somos de cristal y no de hierro como habíamos soñado. Y al llegar ese instante, el ser humano choca contra un muro que le impide ver más allá de su propia mismidad inmersa en una confusión total: la claridad era una entelequia; el sabor de lo dulce, una equivocación de los sentidos; el futuro, un espejismo; y la propia confianza, una sombra que se pierde en el infinito. 

De improviso, sin apenas darnos cuenta, el sol vuelve a brillar aunque débil, pero seguro, y arranca destellos a esos fragmentos de cristal que quedaron hiriendo nuestro ser. Es la esperanza.

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