Opinión

No perturbar

Siempre oí, aprendí y proclamé, que había visto la luz en el Planeta Tierra, que así es como se la llamaba. También, Tierra o Mundo. Ahora con los años y la experiencia acumulada de la vida, me doy cuenta de que, o me habían engañado, o que, con el progreso, el nombre se había quedado viejo y el tiempo y los elementos lo habían erosionado tanto que urgía cambiárselo. Y así, ahora, ya podemos llamarlo con toda propiedad: Plaza de Abastos, Lonja, Comercio, Almoneda, Rastro, o como decía mi admirado Quevedo: Don Dinero. Don Dinero, nacido en cualquier lugar, debería llevar el dibujito del Tío Gilito, que es quien manda, no sé si en este mercado timo, o mercado de arte moderno, que esa es otra desgracia. El caso es que todo el dinero de una parte y de la otra ha sido generado con diversos grados de humedad, o sea con el sudor de miles de generaciones pasadas y presentes, que creían que con tanto progreso, la Tierra de Jauja se quedaba en un simple cuento, que lo es. La realidad es otra y la longaniza con la que allí ataban a los perros, ahora no la prueban quienes la trabajan, no se sabe para quién. ¿O sí?

Conclusión: pobre del pobre. Y si es pobre y viejo, pobre viejo. Pero esto, con optimismo de quita y pon, nos lleva a la esperanza de la luz. Pero ¿qué es la esperanza? Qui lo sa. Tal vez una rosa con aroma de linimento que nace en el sueño y renquea hacia nuestra pena, o un fraude ideado en edición de bolsillo, como escudo del dolor. Pero para ciertos dolores no hay defensa alguna, salvo la lealtad del amigo. Esta almoneda ya no es nuestro mundo. Ese se rompió en pedazos por los intereses ¿de quién? Han pasado siglos de luchas, guerras, sangre, miseria, sacrificios y lágrimas por este Occidente de los derechos humanos, hasta llegar a consolidar una cultura de libertades y justicia, aunque sea imperfecta, cuya parte testimonial se refleja implícitamente en la hermosura de nuestro arte.

Pues bien, uno de estos días, en los Museos Capitolinos de Roma, se cubrieron las esculturas desnudas, y se suprimió el vino en las mesas, para no perturbar sensibilidades ajenas. Por medio, negocios millonarios de petróleo. Por él, renunciamos a nuestros derechos, borramos la huella de tantos siglos y nos negamos decididamente. Sólo nos falta, y perdónenme la expresión grosera, poner el culo por candelero (frase popular). 

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