Opinión

Sin ofender, oiga, pero...

Cosas que pasan sin ánimo de ofender, oiga, pero vamos… Queridos lectores, ojo al móvil, por su bien. No lo pierdan de vista, háganme caso. Y no al móvil propio, sino a los que, en manos de algunos especímenes humanos, pueden ser mortíferos de necesidad. Me preguntarán por qué. Pues miren, no me refiero a esos extraños grupos que se citan alrededor de una mesa para después, fijar sus objetivos visuales y táctiles en ese aparatito tan siniestro. Aparatitos que están presentes en el ambiente, sucedáneos del padre, la madre, los hermanos y todo bicho viviente. Con él se come, se cena, se acuesta y se levanta, se ducha, se desayuna y se va al retrete cuando se necesita, sin saber cómo arreglárselas después, con las manos tan ocupadas. “Hijo, deja eso, que estamos comiendo”. Mas el hijo sigue lejos en el chat, pero, eso sí, llevándose la cuchara a la boca sin equivocarse. “Hija, deja eso que te estoy hablando”. 

Y la hija sigue con su dios en las manos, y así, ¿quién presta atención a las minucias existenciales de papá o mamá? No, no. Esos son seres inocentes hasta que se demuestre lo contrario. Pero tampoco los echen en saco roto, que se pueden caer sin darse cuenta. O si no, fíjense en ese abuelo ingresado en el hospital Gregorio Marañón de Madrid, cuyo nieto, Adrián, de 26 añitos de edad el chico que, en ausencia de más personas en la habitación, desenchufó alegremente el respirador artificial del pobre viejo, para cargar el adminículo adorado y publicar las fotos del moribundo en internet. Modalidad practicada hoy en día por todos tontos y listos del mundo. Y es que, cuando el diablo no tiene que hacer, con el rabo mata moscas. En este caso abuelos, si hay una mínima oportunidad. La máxima aspiración del sandio recalcitrante, es mostrar su hazaña y ufanarse de ella ante el sector asnada. 

¿Murió el anciano? No. No murió, porque al ver las siniestras maniobras del nieto, boqueando despavorido como pez sin agua, reunió las pocas fuerzas que le quedaban para alcanzar el mando y pedir auxilio por su vida. Y le salvaron por pelos. Del mozo se ignoran las represalias devenidas por los cuerpos policiales, o judiciales, el destierro por parte de la familia, el abucheo general, la mofa y befa del respetable, o los aplausos en la cara. El móvil, muy bien, gracias. Sigue como prolongación de las manos de la criatura.

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