Opinión

Querido doctor

Todo el mundo acude al médico en periodos de enfermedad, síntomas de ella, temor de padecerla, o dolores manifiestamente físicos, pero que en determinadas ocasiones tienen su origen en importantes procesos emocionales. El médico es quien atiende a los enfermos, a veces educada y muy profesionalmente, pero distante, y otras, además de profesionalmente, con la empatía, amabilidad, calidez, y marcado interés por el paciente que va a pedirle remedio para devolverle la salud, y que pone toda su confianza en él. Afortunadamente esto es lo que sucede de forma habitual, y esto es lo que me contaba una persona muy conocida y muy mayor, que me hablaba de la atención tan exquisita y cercana que recibía de su médico hacía años ya. 

Se sentía tratada como una persona a respetar y considerar, y no como un número más que es lo que por desgracia sucede hoy día en cualquier aspecto en el que pueda encontrarse un ser humano que requiera ayuda o simplemente atención. Esta señora, inspiradora del artículo de hoy, se siente inmensamente agradecida y me ruega que así lo exponga públicamente porque, dice, que es muy necesario hacer saber que en una época en la que las máquinas te contestan con grabaciones sin que en ellas se tenga en cuenta la edad ni las posibilidades de ser entendidas por el consultor, en la que hay inmensas soledades e incomunicaciones, también hay personas buenas, muy buenas. Personas que cumplen con su obligación, pero que van más allá, no solo por el deber de efectuar su cometido sino, sencillamente, porque son humanas en toda la extensión de la palabra. 

Personas que como todas las demás, a veces no están al cien por cien de su disponibilidad, y sin embargo, ahí están dando lo mejor de ellas mismas. Creo que muchos pacientes se ponen muy nerviosos al ir a la consulta, se sienten minimizados porque van a proceder a un acto de fe. La señora de la que hablo es una de ellas. Tienen que exponer sus dolencias, sus malestares, sus miedos, sus hipocondrías, enfermedades imaginarias, sus temores a desenlaces irreversibles. Y ellos, él, están ahí para escuchar y en muchas ocasiones casi para tratar de hacer imposibles. Mi comunicante me dice que guarda la mayor gratitud y respeto para su médico y me ruega lo haga público. Él es el doctor don Raimundo Gulín González. Querida lectora, aquí queda constancia de ello.

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