Opinión

D. Juan Carlos tenía potestad y autoridad, D. Felipe, potestad

Hace años que, afortunadamente, superamos la construcción de la legitimidad monárquica en base a un irreal origen divino del mandato. Creo recordar que fue Alfonso X el rey que lo estructuró de un modo articulado. Garcia Pelayo, que fue Presidente del Tribunal Constitucional español, dedicó al asunto un libro que, con palabras certeras, denominó la concepción mítica de la Corona. Como digo, semejante absurdo ya no lo soporta una mente mínimamente racional, aunque su arrastre histórico, incluso en el constitucionalismo moderno, tiene derivadas, como la supuesta irresponsabilidad del rey a cualquier tipo de delito, que incluso quieren algunos ampliar al ámbito del Derecho Privado en la demandas de paternidad.

El rey no tiene otra legitimidad que la Constitucional. De la soberanía nacional, aprobando el texto definidor de nuestra convivencia, emanan sus poderes. De ahí deriva su legitimidad de origen fuera de cualquier construcción mas o menos estrambótica. En este plano, por tanto, un rey y un presidente de la República no se diferencian, aunque uno transmita hereditaria y forzosamente el poder y el otro tenga que apelar cada cierto tiempo a que el pueblo vote a quien quiere que sea su Jefe de Estado.

La legitimidad de D. Juan Carlos deriva en primer plano de su designación por el anterior Jefe del Estado y posteriormente por el referéndum aprobado por el 68% del pueblo español al dar el si a la Constitución de 1978, que restablecía la monarquía en D. Juan Carlos de Borbón. Lo de menos en este contexto -salvo para el monarquismo radical- es la cesión de derechos históricos efectuada por D. Juan de Borbón, padre del todavía rey. Se hizo cuando D. Juan Carlos ya había sido designado Rey. Así es como se construye su potestas. La Constitución define y delimita.

Ahora bien, en D. Juan Carlos concurría, además, lo que llamamos autorictas. Una legitimidad especial, una autoridad diferente que emana directamente de la sociedad y no de la Constitución. Y su origen se debe al comportamiento de D. Juan Carlos con ocasión del fallido golpe de Estado del 23 de Febrero. El pueblo español vio como el rey, además de defender la democracia, ejerció el mando. Esto es: mandó, y en nuestro inconsciente colectivo, después de tantos años de ser súbditos, nos acaba gustando eso de que el rey mande. Desde ese instante, D. Juan Carlos dispuso de la legitimidad normativa constitucional y de la autoridad directamente emanada del pueblo en reconocimiento a su actuación.

Por eso el rey anterior, esto es, D. Juan Carlos, tenia verdadero poder. Porque su autoridad pesaba mas que su poder constitucional. Su capacidad de condicionar decisiones debido precisamente a esa autoridad era tan evidente como ejercida por el monarca con cuidado, sin que nadie se diera por aludido en una extralimitación constitucional. Una palabra, un comentario, una sugerencia del rey eran muy tenidas en cuenta por la clase política, debido, precisamente, a esta autoridad que si se quiere era algo etérea en su formulación pero real como la vida misma en su existencia y ejercicio.

Obviamente esa autoridad se soportaba además en una suerte de “ejemplaridad”. Yo prefiero decir dignidad en el ejercicio del cargo, pero no me voy a pelear por palabras. Lamentablemente en los últimos tiempos, determinados acontecimientos, concluido el silencio informativo sobre la Casa Real, han minado profundamente esa autoridad. Porque tenía un soporte moral que ha saltado en gran medida por los aires. Como consecuencia al rey le quedaba la potestad constitucional y algunos restos de autoridad. Estoy seguro que D. Juan Carlos, que es inteligente y largo, se habrá dado cuenta, y que esa percepción no será del todo ajena a la abrupta decisión de abdicar en su hijo, una vez que vio que la sociedad y posiblemente el parlamento futuro no le concedían la misma autoridad de la que ha venido disfrutando. Una vez abdicado,los comentarios vuelven a ser elogiosos. Un gallego le dijo al otro: he oído hablar tan bien de ti que pensé que habías muerto.

La cuestión es que la autoridad moral no se transmite por vía hereditaria. Se gana. Y no deriva de la posición de ser titular de la Corona, sino del sujeto que la ejerce, esto es, de la persona del rey. España está en un momento extremadamente delicado. Necesitábamos autoridad moral mucho más que potestad normativa. D. Felipe será rey con poderes constitucionales, pero hereda una corona moralmente muy tocada en un contexto sociológico muy complicado. Y adicionalmente no tiene por el momento la autorictas de la que dispuso su padre, que ha sido el verdadero soporte de la forma monárquica. Por eso es todo tan complicado. Esperemos que salga bien, aunque no se muy bien en que consiste eso de salir bien. Depende de opiniones, claro.

Te puede interesar