Opinión

Suárez: el cambio desde dentro del sistema

Jugaba una partida de mus en el club social de la urbanización Los Arroyos, que fue propiedad de mi primera familia política, cuando la televisión anunció que iba a dar cuenta del desenlace de la terna que había sido presentada a su Majestad el Rey para la designación del primer presidente de Gobierno del comienzo de la transición. Recuerdo que suspendí la partida y me acerqué al fondo de aquel inmenso y concurrido salón en el que cada vez más socios se agolpaban frente al televisor. Al cabo de unos minutos se anunció que Adolfo Suárez había sido el elegido de aquellos dioses de entonces. Sentí una sincera decepción interior, y no tanto porque hubiera sido preterida una persona a la que yo admiraba, Federico Silva Muñoz, quien, al parecer, figuraba en la famosa terna, sino porque además no entendía como alguien que desarrolló su carrera política en la pura y dura ortodoxia del franquismo iba a ser ahora el ejecutor del cambio hacia la democracia. Me resultaba a todas luces un contrasentido.

Pues mis luces comenzaron a apagarse cuando, de retorno a la mesa, uno de los compañeros de partida, al escuchar mi comentario, casi sin levantar su mirada de las cuatro cartas que portaba en su manos, me dijo.

-¿Extraño, te parece? ¿Acaso el rey no ha sido designado por Franco y por Franco ha hecho su carrera política? No hay diferencia entre los dos.

Reflexioné sobre el comentario que, por encima de la aparente acidez, contenía un postulado de verdad. Pero decidí seguir con la partida en el convencimiento interno de que este país no tenía salida.

Tiempo después, instalado ya en la presidencia de Banesto, una vez que comprobé el modo y manera de funcionar el sistema de poder en España, me di cuenta de algo elemental: los sistemas de poder se cambian desde dentro o desde fuera. En el segundo caso siempre existe violencia y muy posiblemente algún derramamiento de sangre. Sin embargo, aquellos que se gestan desde dentro, que utilizan las propias fuerzas del sistema que los designa y alberga, son los mas efectivos, porque en ocasiones el cambio es imperceptible y casi siempre totalmente incruento, en término de sangre se entiende, no de otra suerte de sacrificios.

Entonces lo entendí: ¿quien mejor que el ministro secretario general del Movimiento para conseguir dinamitar el propio Movimiento? Comprendí que quien había designado para ese cometido a Suárez no sólo conocía bien su personalidad, el esqueleto de sus no-convicciones, sino que, además, estaba dotado de una singular inteligencia política. Y así fue. Entonces, años más tarde, comprendí los movimientos del designado presidente en cuanto al desmoronamiento del régimen y a la conflictiva, entonces, decisión de legalizar al Partido Comunista.

Suárez es, como todo el mundo, un hombre con luces y sombras. De resaltar las primeras se encargan otros. Hoy no es día de hablar de las segundas. Pero si de una reflexión: Suárez contribuyó a traer una Constitución a España, la de 1978, que consagraba la Monarquía Parlamentaria. Adicionalmente, además de un modo de funcionar viejo, se incorporó a la carta el despropósito de las llamadas nacionalidades, cuyas consecuencias estamos pagando hoy.

Analicemos: La Monarquía se encuentra en profunda crisis y el parlamentarismo, así llamado, se ha traducido en un duopolio de partidos nacionales, en gran medida sometidos al chantaje de los nacionalistas en cuestiones básicas, y en un modo de comportarse el poder real en el que la democracia es, en mi opinión, la gran ausente, como se evidencia con la plástica mas lacerante del nombramiento de los miembros rectores del supuestamente independiente Poder Judicial. Por mucho que se empeñen algunos en magnificarla, el andamiaje institucional consagrado en aquella Constitución se encuentra seriamente dañado y necesita de algo más que una reforma: reclama un cambio en profundidad, porque, entre otras cosas, no es que no dispongamos de democracia, es que ni siquiera somos capaces de definir en qué consistirá España en unos cuantos años. Hemos perdido soberanía hacia fuera, cediendo a la UE, y cohesión hacia dentro, con lo que el destrozo está servido. Frente a un modelo personal de poder del franquismo, hemos instaurado un sistema de casta política que hoy se encuentra repudiado por la inmensa mayoría del pueblo español.

La pregunta es: ¿cómo se cambia el modelo? Desde fuera es muy complejo, porque la legislación de la casta se basa en su idea de perpetuarse en el poder. La violencia no me parece un buen recurso porque solo contribuye a generar más violencia. Como escribí en mi libro El Sistema, el cambio debe efectuarse desde dentro, desde el propio poder. Es la única manera realmente efectiva. Ocurre que, como evidencia la Historia, toda casta diseña esquemas para evitar intrusos indeseados. El cambio desde dentro, debido a esta constatación, se me antoja más que difícil. Hace unos días alguien escribió con letras grandes que la crisis solo ha servido para fortalecer todo aquello que nos ha traído hasta aquí. Ciertamente no va desencaminado. O al menos esa sensación tengo.

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