Opinión

Clima y enfermedades

Los partidarios y los detractores del cambio climático continúan con las espadas en alto. El debate ha conseguido sobrepasar los límites de la ciencia y hoy en día sus implicaciones políticas son las que desatan las más enconadas polémicas. Al margen de todo ello, sostiene Aloysius que negar la influencia que las condiciones climatológicas tienen sobre la salud y las enfermedades humanas es refutar una evidencia. 

La gripe y otras patologías víricas respiratorias son estacionales. Estas enfermedades alcanzan sus picos epidémicos cuando aprieta el frío invernal. Y hay muchas enfermedades endémicas de las zonas tropicales cuya incidencia es nula o mínima fuera de su geografía, siendo estos casos mayormente exportados a otras latitudes. Pero también está demostrado que los viajes, los movimientos migratorios y la globalización, además de forjar nuestra historia, facilitan la dispersión de virus, bacterias, hongos, parásitos y sus vectores, como por ejemplo determinados insectos. Así ha ocurrido desde la antigüedad. Y así continuará ocurriendo. 

El equipo del historiador Kyle Harper, de la Universidad de Oklahoma (EEUU) ha sido capaz de reproducir el estrés climático al que se vieron sometidos los habitantes del todopoderoso Imperio Romano entre el 200 a.c y el 600 d.C. Para ello estudiaron el archivo sedimentario marino del sur de Italia, y más concretamente unas algas unicelulares llamadas dinoflagelados, conservadas en el limo extraído del golfo de Taranto. Estas algas viven en la parte superior del mar, iluminada por el sol. 

A finales del verano y en otoño, la temperatura del agua en el Golfo de Taranto se alinea estrechamente con la temperatura del aire en el sur de Italia. Estudiando los cambios en la composición de estas microalgas en los sedimentos marinos, los investigadores estimaron las temperaturas a finales del verano y el otoño en el sur de Italia durante el Imperio Romano. Asimismo, dichas algas sirvieron para medir los cambios provocados por las antiguas precipitaciones de lluvia. Descubrieron que el frío y las sequías facilitaron la aparición de tres grandes plagas: la Peste Antonina a finales del año 160 d.C., la peste de Cipriano, entre los años 249 y 269 d.C, y la plaga de Justiniano, la peste negra o bubónica que afectó al Imperio bizantino y que se llevó por delante  la vida de entre 25 y 50 millones de personas (entre el 13-26% de la población estimada en el siglo VI).

 Curiosamente, este estudio ha planteado la posibilidad de que aquellos otoños fríos y secos habrían reducido notablemente los casos de malaria, otra plaga de la antigüedad donde la que el calor y la humedad fueron responsables de la proliferación de sus mosquitos transmisores. Y es que la historia no suele equivocarse.

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