Opinión

El tic patológico

Últimamente se ha montado bastante revuelto por las declaraciones realizadas por el señor Alberto Núñez Feijoo a propósito de las carcajadas del presidente de España durante su reciente sesión de investidura. Según el jefe de la oposición, alguien debería diagnosticar al señor Pedro Sánchez Pérez-Castejón para dilucidar si realmente dicho comportamiento pudiera deberse a un supuesto tic patológico. Tal vez, en ese momento, se le vinieron a la cabeza la risa del Jóker y su relación con una enfermedad llamada epilepsia gelástica. Mucho enfermos tienen tics, y sufren por ello. 

En otro caso, quizás por haberse desarrollado en el ámbito local de la Asamblea de Madrid, menos eco ha tenido el calificativo dedicado por la flamante Ministra de Sanidad y anestesista de profesión, la señora Mónica García, a la presidenta de la Comunidad de Madrid, tildándola de “mongola” durante un acalorado debate político. Todavía hoy, y en diferentes lugares del mundo, se denomina mongólicos a las personas con Síndrome de Down, en alusión al término mongolismo acuñado en 1886 por el médico británico John Langdon Down para describir el síndrome que lleva su nombre, en relación a ciertos rasgos físicos que en su juicio particular caracterizan a estas personas. Por desgracia, este apelativo continúa manteniendo connotaciones despectivas, hasta el punto de que pediatras y familiares de los afectados han solicitado reiteradamente la modificación de dicha definición en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, para eliminar una de sus acepciones, la más insultante y despectiva. 

Me cuesta imaginarme a sus señorías debatiendo en el Parlamento o en el Senado y lanzándose improperios tales como diabético, menopáusica, asmático, o esquizofrénica. ¿A qué nos queremos referir hoy con todo esto? Dentro del ámbito del discurso político, seguimos echando en falta el necesario respeto entre los que al fin y al cabo son nuestros representantes. Flaco favor le hacen a nuestra democracia los constantes insultos y sonoras faltas de respeto emitidos por unos y otros en el desarrollo cotidiano de su defensa de la res pública. 

Recordarles, con humildad, que con esos comportamientos también nos faltan al respeto a los votantes, que pesar del muy mejorable sistema de listas cerradas, somos los que les hemos elegido en las urnas. Y los que pagamos sus sueldos. Resulta inaceptable que en la crítica y el debate político se empleen argumentos relacionados con el padecimiento de determinadas patologías, y especialmente a aquellas referidas a la salud mental.

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