Opinión

De la evolución y otras elucubraciones


En su dilatada trayectoria en común sobre este pequeño punto azul pálido, los perros cambiaron garras por lenguas para demostrar su afecto por los humanos. Según la situación, los lametazos suelen ser más beneficiosos que los arañazos. A su vez, los humanos del siglo XXI han descubierto que sus dedos pulgares, además de agarrar también sirven para escribir. Aunque no tenemos garras, solemos ser mucho más peligrosos que los perros, los primeros animales domesticados hace unos 30.000 años, 100 siglos antes que rumiantes y caballos. Para los incrédulos existen evidencias arqueológicas que lo amparan: en el yacimiento checo de Perdmosti se encontró el esqueleto de un perro enterrado hace 300 siglos con un hueso de mamut en la boca, colocado cuidadosamente allí después de su muerte.

Grosso modo, Charles Darwin entendió que las especies evolucionamos gracias a las modificaciones transmitidas a nuestros descendientes a lo largo del tiempo (millones de años), dando origen a nuevas especies que tienen un antepasado común, y todo ello mediante un proceso denominado selección natural. Los expertos estiman que el hombre y el chimpancé separaron sus destinos hace 6-9 millones de años. Tirando por lo bajo, desde entonces y a través de unas 200000 generaciones, nos hemos convertido en lo que somos, primates en proceso de humanización, parafraseando al antropólogo Eudall Carbonell, uno de los directores del yacimiento arqueológico de Atapuerca (Burgos). A lo largo de todos esos años, nuestros genes han pasado de padres a hijos, la mayoría beneficiosos para nuestra salud, aunque no ha ocurrido así en todos los casos.

En “El mono obeso”, el catedrático José Enrique Campillo explica cómo los genes que permitieron sobrevivir a nuestros ancestros en situaciones de extrema precariedad y escasez de alimentos son los responsables de la actual pandemia de enfermedades relacionadas con una dieta inadecuada, en un entorno de manifiesta sobreabundancia de alimentos. No olvidemos que somos lo que comemos, pero también lo que han venido comiendo nuestros antepasados.

Por ahí van los tiros de la epigenética, al estudiar los cambios que activan (o inactivan) nuestros genes bajo los efectos de la edad y los factores ambientales. ¿Y el futuro? ¿Podrán provocar las nuevas tecnologías, la Inteligencia Artificial, los modernos avances en la protección de la salud y la lucha contra la enfermedad cambios en nuestra dotación genética? Y así fuera, ¿con qué rapidez podremos transmitírselas a nuestros descendientes? Será interesante saberlo. De momento a seguir combatiendo contra la violencia, la miseria, la estulticia y la impiedad. Cosas de humanos, no de perros.

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