Opinión

La culpa fue del chachachá

Sin duda el mejor lugar donde esconder un cuadro es exponiéndolo en las paredes de un museo para que pase inadvertido a la vista de todos. Idéntico principio se puede aplicar a la situación del país, en la que la ciudadanía se deja embobar por lo aparente, reprochando a los distintos candidatos su falta de acuerdo, cuando lo cierto es que, dejando al margen las motivaciones de estos representantes a quienes se responsabiliza de falta de entendimiento con el PP, la realidad apunta a un único postulante a presidir el Ejecutivo, quien a la postre sería el indiscutible responsable de una tercera vuelta.

Parece obviarse que, lejos del resto de líderes del Hemiciclo, el verdadero aspirante a la presidencia es Mariano Rajoy quien, al igual que sus predecesores, debería contar con el aval del electorado para una segunda legislatura en la que rematar su proyecto parlamentario, ventaja de la que incluso disfrutó con comodidad Zapatero, pese a que tanto propios como extraños lo hayan considerado como el inquilino más nefasto e incompetente que haya alojado La Moncloa.

Señalando al resto de contrincantes, es el propio PP quien olvida su fracaso en la cita de noviembre de 2015, sin haber hecho análisis de conciencia ni acto de contrición. Porque el callejón sin salida al que se enfrentan los populares, obedece al castigo infligido por el electorado en respuesta a los ingentes sacrificios exigidos al pueblo, sometido a recortes y privaciones, mientras se asistía a una bacanal de millones defraudados, escaqueados y malversados, a presupuestos inflados, a mordidas, y a todo un desfile de cargos canallas enriqueciéndose pese a la presunta escasez de las arcas públicas.

Calificar la falta de fondos de la Administración como hipotética viene a cuento de la aventura de Feijoo quien, con el saco de los Reyes Magos a la espalda, ya ha prometido financiar medicamentos, devolver a los trabajadores públicos las pagas extras sustraídas los años 2012 y 13, disponer de partidas para ayuda social y otros tantos prodigios, más propios de la hoguera de las vanidades que de un candidato juicioso, capaz de administrar con rigor. Ante este milagro de los panes y los peces cabe preguntarse si el ejecutivo autonómico gallego dispone de efectivo para asumir tal compromiso, deduciendo dos opciones: que Feijoo ha estado rateando durante toda una legislatura necesidades básicas a los ciudadanos alegando los efectos de la crisis, o que ahora ha decido hipotecarlos aún más para allanar su reeleción a la presidencia de la Xunta.

Guardando las distancias, estas conductas son las que traen en jaque a Rajoy, que echando mano de órdenes ministeriales desde noviembre de 2015, se está pasando por el arco del triunfo todo control del Congreso, aprobando lo que le viene en gana y ofreciendo al respetable migajas semejantes a las del presidente autonómico.

Rajoy sigue sin apoyos, pero no de los demás partidos, sino de ciudadanos suficientes para un proyecto de mayoría. Y la causa ha sido el ánimo dispensado a los Bárcenas, Rato, Blesa, y demás camarilla afines al Gobierno, al despropósito de la protección ofrecida a personajes bajo sospecha como Barberá, o a la retahíla de políticos involucrados en la presunta financiación ilegal del partido, sin abrir las ventanas para que circulara el aire, dando ante la opinión pública la sensación de impunidad frente a la corrupción, y dando alas a los partidos emergentes, haciéndolos medrar hasta suponer un reto. El presidente en funciones se ha presentado a unos segundos comicios en junio de 2016 sin haber cambiado ni un ápice una propuesta legislativa, rechazada en su mayoría por el electorado, confiando la formación del Parlamento al desgaste del resto de fuerzas políticas. Este es la razón por la que en España no hay desde el año pasado un gobierno salido de las urnas, y por más que se quiera marear la perdiz, señala a un único responsable.

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