Opinión

La estrategia del camaleón

Mariano está fuera de cobertura. Confiado en la alianza de partidos, en paralelismo a la de civilizacions zapaterista, le ha dado cuerda a Pedro cediéndole prebendas y puestos para ver como ahora, desagradecido y petulante, lo ningunea y no lo saca a bailotear, arrojándose a los brazos de Pablo, que alardea de tener el carné de baile lleno. A estas alturas del Hemiciclo resulta difícil saber a quien le ha tocado bailar con la más fea, pero es fácil adivinar a quien le toca danzar al compás del tango más arrabalero, y es que a lo que se ve, en el Gran Circo del Congreso, a todos les va la marcha.

Mariano está triste con la retirada de Artur Mas al haberle sacado una magnífica oportunidad de repetir gobierno, y es que buen partido le sacaron los dos al independentismo. El gran jefe Mariano quiso coaligar a todas las tribus bajo la misma tienda, fumar la pipa de la paz y atizarle al Hechicero Coleta Larga con el hacha de piedra. Todo ello proyectando un mensaje catastrofista convocando a la unidad frente a los vikingos catalanes. Mas su mitad de amor se negó a seguir siendo mitad —que diría Benedetti—, porque Puigdemont, sustituto de Artur Mas, le ha salido rana, y en lugar de llamar a la rebelión le ha frustrado la maniobra: Cataluña no tiene prisa, con lo que le corta la hierba bajo los pies a Mariano en su proyecto de reunir a los “constitucionalistas”, despreciando como sediciosos fuera de la ley a quienes no se confiesen monárquicos, obviando que Democracia es pluralidad y que Felipe VI, además de Rey de España, debe poner todo su empeño en ser Rey de todos los españoles.

Puigdemont no ha necisitado siquiera cambiar de camisa, el camaleón se la ha jugado. Le ha bastado mudar el color de la piel adaptándola a sus tiempos para dejar a Mariano danzando con un Albert tan alborotado como Pablo, sin que ninguno de los dos hayan entendido que sus votos son prestados. Y no por no haberse emitido legítimamente en las urnas sino poque, lejos de ser las de apoyo, son las papeletas del castigo que en cada cita electoral oscilan de un lado a otro para dar la victoria a un partido.

Pero si los catalanes lo tienen crudo, no sale mejor parado el resto del país. Los catalanes son rehenes de unos políticos que, al convertir los comicios en una consulta plebiscitaria, no adquirieron ningún compromiso por mejorar su Comunidad Autónoma. Así les va a los ciudadanos, que ahora no pueden reclamar ni al maestro armero. El resto de los españoles van por derroteros paralelos, con cuatro dirigentes más preocupados en sentar el culo en el estrado que en administrar los asuntos públicos. Estos son los dos grandes cánceres del país: hacer política para los partidos en lugar de para los ciudadanos, y el subvencionismo que ha dinamitado cualquier reducto de decencia.

Así las cosas, en lugar de soluciones y compromiso, ya se ha buscado un chivo expiatorio para distraer a la mosca. Paradójicamente, Iglesias es el nuevo anticristo. Y mientras la sociedad se polariza porque vista camisa, guayabera, el jersey de Evo Morales o una túnica de ayatolá con alforzas bordadas, como si a los ciudadanos se les fuera la vida en que calce chanclas o polainas, los moritos de Alqaeda en el Magreb Islámico, ISIS para los profanos, arengan desde su cadena televisiva, por ironías del destino llamada Al Andalus, a conquistar las ciudadnes autónomas españolas de Ceuta y Melilla, con la clara vocación de acabar por convertirnos en Españistán. Así estamos, a tortas entre nosotros mientras nos empujan desde fuera. Pero ya se sabe, a río revuelto ganancia de pescadores. Sería deseable que los políticos se emplearan más a fondo en aquello que es mejor para del país y la ciudadanía que en beneficio los partidos, no vaya a ser que cuando lluevan las tortas sea tarde, porque para el que no lo sepa, quien ríe el último no es el que ríe mejor, sino el que llegó más tarde.

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