Opinión

La evolución de la rosa

La duda asalta a una buena parte del respetable que no comprende el apoyo cerril por parte de las viejas glorias del PSOE en apoyar, aunque sea absteniéndose, la candidatura del PP a presidir la nación, incertidumbre metamorfoseada en certeza en casos como el del centenar de manifestantes de la Revolución de las Rosas en Ferraz, clamando en contra de la postura socialista en facilitar el gobierno a los populares. 


La explicación hay que buscarla leyendo entre líneas. No son los cargos novatos del partido de la rosa ni los responsables de las formaciones emergentes situadas a la izquierda, sino aquellos líderes con experiencia de Estado, los que ya han formado en un pasado parte de la Administración y conocen las repercusiones de que el país carezca de gobierno. Porque de eso se trata -más allá de nombrar presidente-, de la necesidad de un Hemiciclo sólido que pueda abordar la aprobación de leyes, reformas y presupuestos.


Parafraseando al exministro José Blanco, un interés por encima de un Bárcenas, una Gürtel, un Chávez y un Griñán. Porque el baño de sangre de sentenciar a unos cien políticos acusados de corrupción no se puede ejecutar al precio del bienestar de toda una nación. Ya actuará la Justicia, como lo viene haciendo con independencia del partido en el poder, persiguiendo el delito y a sus autores, pero la revancha social no puede ser argumento suficiente para mantener paralizado a un país.


Lo verdaderamente demencial es que en semejante vaivén, nadie se haya preguntado aún por qué bajo la premisa de la cantidad de puestos de trabajo creados, el incremento de contribuyentes a la Seguridad Social o el aumento del PIB de 2015, creciendo un 3,2% frente al anterior 2014, la hucha de las pensiones siga menguando, respuesta que hay que buscar en la evolución económica y política del Estado español.
En el área pecuniaria conviene entender que se debe amortizar el rescate bancario con sus intereses—acepando de una vez por todas que no fue responsabilidad de un partido o gobierno en concreto sino una situación mundial generalizada—, así como hacer frente al abono de la deuda emitida para financiar al país, asumiendo los costes brutales de la deuda soberana que en agosto de este año alcanzó 1.106. 1936 millones de euros, representando el 101,10% del PBI, lo que en términos prácticos significa que si tuviéramos que devolver todo de golpe tendríamos que pagar una cifra superior al dinero que produce el país todo un año, sin poder gastar un duro y congelado su funcionamiento.


Esta es la razón que aclara la urgencia de crear un gobierno sí o sí, porque la continuidad de un Gabinete en funciones acabará condenando a la ciudadanía —por mejor que sea la voluntad que puedan aplicar los políticos—, en un endeudamiento inasumible que nos ponga al borde de Grecia.


Pero por el interés general, que nadie permita que lo enreden con mondongas. España no es una autarquía aislada sino un Estado integrado en Europa e interdependiente del resto del mundo. La solución del borrón y cuenta nueva propuesta por los emergentes populistas sólo sería viable en un orden social semejante al de la posguerra, con idéntica miseria y represión. Al país hay que impulsarlo hacia el progreso sin dejar que lo precipiten por un despeñadero porque, como afirmó el filósofo y ensayista Ortega y Gasset, el progreso no consiste en aniquilar hoy el ayer, sino por el contrario, en conservar aquella esencia del ayer que tuvo la virtud de crear ese hoy mejor.

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