Opinión

¿Y ahora qué?

Finalmente el escándalo de los cursos de formación acaba por salpicar cada vez a más agentes sociales. Ahora le tocó el turno en A Coruña, donde se baraja una cifra que ronda los veinte millones de euros. Para quien conozca al principal imputado, Gerardo Crespo, cabría preguntarse qué fue primero, la gallina o el huevo. Digo esto porque Gerardo presidía una serie de asociaciones sin ánimo de lucro en defensa de discapacitados, dada su condición física congénita, siendo ahí donde nace la duda que ronda más de una mollera: ¿realmente Crespo es presuntamente corrupto o más bien se dejaría seducir por cantos de sirena de aquellos que sopesando el número de votos que aglutinan esas entidades benéficas, ofrecería al empresario la bicoca para asegurarse un lugar en las urnas además de un buen mordisco del pastel?

Porque las irregularidades en las acciones formativas no son nada nuevo, ya el ejecutivo del gran maestro de la comunicación que se enteraba del estado del país leyendo el periódico, léase Felipe González, hubo de nadar a dos aguas en este tema cíclico y reincidente. Sin duda creó escuela a la que se le sumó la prudencia o el disimulo, de modo que más de un sindicato trasladó la responsabilidad de impartir los cursos de formación, guardándose la gestión de los participantes y las subvenciones. Pero si escandaliza los veinte millones de euros coruñeses, considerando las indagaciones que en el mismo sentido se siguen en Madrid y Andalucía, cabría preguntarse cuál es el montante de este disparate. 

Pues no es tan difícil de averiguar, porque dichas acciones formativas están consignadas en las partidas presupuestarias asignadas, figurando en los boletines oficiales con guarismo, nombre y apellidos, con lo que una auditoría pormenorizada pondría rápidamente sobre la pista de cómo se trajinaron los dineros, igual que las tarjetas opacas, ya sean las de Bankia u otras que circulan por la geografía nacional ocupando presumiblemente además de a bancarios a cargos públicos y de confianza que no pagan las copas de su bolsillo, sumado a todo esto los descuentos que los directivos de las cajas disfrutaron en calidad de “empleados”: cubertería, vajilla, plasma, vacaciones y crédito hipotecario a bajo coste por una vivienda adquirida aún a más bajo precio por haber sido previamente favorecida su construcción por la entidad financiera, comenzará a aflorar hasta el último euro de los cuarenta mil millones dilapidados.

¿Y ahora qué? Pues ahora nada: las aguas se calmarán a la par del clamor popular de un pueblo apaleado, que con el tiempo ha ido haciendo callo ante semejante arbitrariedad y que no tardará mucho en olvidar tanto agravio cuando la situación rebrote, porque no se puede vivir eternamente entre obstáculos o simplemente porque al final te acostumbras al frío y no lo notas. No importa, en la próxima década saltarán nuevamente chispas por motivos idénticos y mirando atrás toleraremos condescendientes una historia que nunca muere e indefectiblemente se repite.

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