Opinión

La guerra glorifica la prensa

Las noticias falsas son la otra guerra que nos toca sufrir como espectadores. Introducen análisis en cadena para detectar componentes que identifiquen la categoría gramatical. En las contiendas, la sintaxis es disciplina para ver cumplidas las acciones; pero dentro del discurso es obligado disparar y debe existir alcance. Hoy el objetivo tiene poca finalidad política y se explica en vertiente económica. La opinión pública se aleja de lo publicado y agudiza el sentido para creer que lo que se ve puede no ser. Y no debe llamarnos la atención porque nace del comportamiento de una clase política que acumula obras sin principios. El ejemplo es reciente con la afirmación que señalaba que 40 bebés habían sido decapitados por Hamas en Israel. Encendió el fuego que la misma Casa Blanca saliese a desmentir las declaraciones del presidente estadounidense, Joe Biden, que había asegurado haber visto imágenes de niños decapitados por la milicia palestina.

Los bulos, la desinformación y el contenido ilegal circulan por las plataformas digitales en el marco de la encarnizada guerra entre Israel y Palestina. La glorificación de la violencia y el odio viajan sin conductor a la vista y hacen resurgir el lema de que la primera víctima está siendo la verdad.

La falta de escrúpulos periodísticos la dejó muy patente William Randolph Hearst, obsesionado con la riqueza, el poder, el escándalo y la manipulación mediática, todo para apoyar sus intereses. Hearst inició a la prensa como un terrible cuarto poder al que había que tener en cuenta en la política y en los negocios. Una de sus máximas más conocidas dice “Yo hago las noticias”, y con ello se entiende que la noticia se altera y se le da forma para que contenga la carga necesaria para cumplir una misión. El 34 presidente norteamericano fue el militar y político Eisenhower, que sirvió entre 1953 y 1961. Fue general del Ejército de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, y en 1951 se convirtió en el primer comandante supremo aliado en Europa de la OTAN. Hablando en televisión, en su discurso de despedida advirtió contra los peligros de un creciente complejo militar-industrial. Decía:

“Nos hemos visto obligados a crear una industria armamentista permanente de grandes proporciones. Sumado a esto, tres millones y medio de hombres y mujeres están directamente involucrados en el establecimiento de defensa. Gastamos anualmente solo en seguridad militar más que el ingreso neto de todas las corporaciones de los Estados Unidos... Reconocemos la imperiosa necesidad de este desarrollo. Sin embargo, no debemos dejar de comprender sus graves implicaciones. Nuestro trabajo, recursos y sustento están todos involucrados. También lo es la estructura misma de nuestra sociedad. En los consejos de gobierno, debemos protegernos contra la adquisición de una influencia injustificada, ya sea buscada o no, por el complejo militar-industrial. El potencial para el desastroso aumento del poder fuera de lugar existe y persistirá. Nunca debemos permitir que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades o procesos democráticos. No debemos dar nada por sentado. Solo una ciudadanía alerta y bien informada puede obligar a la combinación adecuada de la enorme maquinaria de defensa industrial y militar con nuestros métodos y objetivos pacíficos, de modo que la seguridad y la libertad puedan prosperar juntas”. 

¿No cree que tales palabras son hoy más reales que hace 62 años?

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