Opinión

Lotería

Hay loterías y loterías y el pueblo llano gana por méritos propios enfrentándose al bombo con la bola de la salud. A la clase gobernante de los 22 ministeriales la lotería es sabido que ya les ha tocado. Nadie mejor que ellos conocen los alambres que descargaron premio por verles marchar; aún en perjuicio de un mal para toda España.

El azar de la lotería nos somete a un esfuerzo de imaginación, a una túrmix de probabilidades para encarnar el avatar que llevamos dentro con ansia de vivir una realidad, añorada, envidiada o simplemente que quiere ser probada.

Carlos III, conocedor de la lotería de Nápoles, la trajo a España cuando él mismo acababa de recibir el premio extraordinario de suceder a su hermano, Fernando VI, que murió sin hijos. Son esas loterías de doble cara, como la del jardinero del heredero de la familia Hermés, que ni en sus mejores elucubraciones pensó en ver sustituida la alfombra del joven Aladino de cuento por una realidad con carruaje y caballo, logotipo de la firma francesa de moda.

El sorteo extraordinario del 22 de diciembre es seguidor del legado del opio para el pueblo de Karl Marx y el pan y circo de los emperadores de Roma. Este pasatiempo de ventura, que es el más popular de España, contiene el sonido de los bombos, los cánticos de los niños y las niñas del Colegio de San Ildefonso y la emoción de los agraciados. Un juego de azar con la mejor campaña publicitaria que escribe en el aire sueños personales e intransferibles. Nos hace creer que nuestra realidad es efímera, que tiene opciones de cambiar de la noche a la mañana, y para bien si sabemos gestionar ambiciones y pretensiones. Que no siempre es así está en boca de aquellos agraciados que terminaron añorando su primera vida y viendo que tal como vino se fue lo que llegó.

Aparte de lo reflejado por la prensa pocos conocen a alguien que le haya tocado el Gordo y los datos revelan que más del 70% de la población adulta participa en este sorteo. Los agraciados, cuando lo son de los primeros premios, intentan seguir con su vida y disimular el aumento de su cuenta corriente. Lo de tirar la casa por la ventana se queda en expresión de una vecina que en el siglo XVIII creyéndose que le había caído el Terno, lo que hoy es tocar el Gordo, lanzó por el balcón sus muebles y enseres viejos pensando en sustituirlos por los nuevos. Como dice una canción popular que “todo sea festejo, todo alegría, que esperamos nos caiga la lotería”.

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