Opinión

La mascarilla del 11-M

El afán de progresar viene llenando muchos episodios en la España post 11-M. Ese referente del terrorismo pone marca de inicio para reflexionar cómo hemos llegado a donde estamos. Desde entonces el país renquea, no levanta cabeza y dentro de los que la alzan están un grupo de maniobreros a manos llenas que lo que mejor entienden es el sinónimo de subir y medrar relacionado con satisfacción económica y reconocimiento externo; pero un prestigio alejado del bienestar y felicidad en armonía consigo mismo y con los otros. El impacto positivo en los demás es para algunas personas lo que implica el éxito ya sea a través de su trabajo, sus acciones solidarias o su contribución a la sociedad. El éxito puede estar vinculado a la idea de dejar un legado positivo; pero ello no está en los que manipulan, enredan, intrigan y maquinan para aprovecharse. Solo mintiendo pueden pasar como ejemplares. El 11 de marzo de 2004 sufrió Madrid uno de los atentados terroristas más graves en la historia de España. Ya sé que usted lector lo recuerda; pero permítame que lo traiga a esta columna para refrescar que no somos iguales. Ese día, diez explosiones tuvieron lugar en cuatro trenes de la red de Cercanías en distintas estaciones de Madrid, causando la muerte de 192 personas y dejando más de dos mil heridos. No hay duda de que fue un ataque terrorista; pero sí que hay recelos respecto al entramado que envolvió tan salvaje comportamiento y que han dado pie a que circulen varias teorías conspirativas. Aquella realidad todavía late en España, y mucho más en Madrid a punto de cumplirse veinte años de la fatídica fecha.

Pisar la Estación de Atocha conlleva refrescar aquel jueves en que la capital de España explosionó a las 7:37 horas de la mañana. El monumento cilíndrico será eliminado por considerarlo poco representativo y lo destruirán aprovechando la reforma de la plaza en las obras de ampliación de la línea de metro. Será sustituido por otro acordado con las víctimas y la Comunidad de Madrid se prepara para recibir el aplauso en verano. Los ladrillos se repartirán entre asociaciones de víctimas y vecinos.

La historia está llena de ejemplos en los que la ambición desmedida y sin escrúpulos ha llevado a consecuencias trágicas, incluyendo la muerte de inocentes. Tenemos las conquistas militares de figuras como Alejandro Magno, Julio César y Napoleón Bonaparte, cuya ambición de expandir sus imperios acarreó innumerables batallas y pérdidas de vidas humanas. La inquisición española, el colonialismo y la explotación de recursos naturales se suman al beneficio económico y el afán de poder. También los regímenes totalitarios del siglo XX, como el nazismo en Alemania y el estalinismo en la Unión Soviética, en los que la ambición política desmedida provocó genocidios y atrocidades inimaginables y ahora ahí tenemos la guerra y las muertes de personas que han vivido a contracorriente. Estos son solo algunos ejemplos de ambición sin límites y consecuencias mortales en la historia. Es importante reflexionar sobre el ansia desmedida y el servicio a la mala gente. En la sociedad se impone la necesidad de promover valores como la empatía, la solidaridad y la justicia lejos de tanta mascarilla que vienen a tapar mucho más que virus y a primates que han desarrollado una mayor agudeza visual, a expensas de haber perdido olfato.

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