Opinión

Los robots son de lata

Aquel mundo que conocimos, aquel de entonces, se nos murió antes de la madrugada. Nada queda sino la “I” y la “A”. Ese es el mundo que tenemos. Inteligencia Artificial. Un puñado de informática. Antes había pasado, y futuro. Las oraciones, en sintáctica, eran bien sencillas. La mar de simples. El pasado era un cesto de mimbre lleno de naranjas. El futuro no había llegado y tampoco llegará porque nadie lo ha visto nunca.

Todo sucede ahora. Ya. Ahora mismo. Todo es presente, aquí y en todas partes. Todo es digital y de plástico. Menos tu corazón como te he dicho. Déjame quererte a mi manera. Déjame envidiar aquel antiguo amanecer de cualquier día. Déjame ser ese rayo de luz que se esconde tras las cortinas. Dame un beso de esos de los de antes, esos que sabían a bocata, palomas de maíz, o fideos con kétchup. Besar esos labios tuyos por si aún guardan, por culpa de aquella gripe, el aroma a la farmacia.

Somos los artilugios “on off” con corazones digitales. Bueno… menos el tuyo. Porque tu corazón, lo sé yo, es antiguo y analógico.

Somos los artilugios “on off” con corazones digitales. Bueno… menos el tuyo. Porque tu corazón, lo sé yo, es antiguo y analógico. Yo te miro y tu corazón comienza a palpitar como loco. Y vas tú y te pones a mirarme y mi corazón se me sale del pecho y se sube a las farolas, y baja la escalera del metro y se da de bruces con tus ojos.

Adoro esas manos con las que escribes la palabra “ternura” sobre mi piel que es tu cuaderno, y siento cómo las cosquillas se ponen a resbalar por tu espalda y te ríes. Siempre te ríes, cuando te doy esos mimos, en la parte de atrás del quiosco, ya cerrado para siempre, de los periódicos.

Y viene tu padre y nos pilla y me mira raro como si me suspendiese todas las asignaturas con un cuatro. Cuando tu padre me examina de novio siempre creo que voy a suspender. Y me da miedo. Imagínate si por su culpa pierdo los latidos de tu corazón, ese que aún va a pedales como el coche del heladero. 

Supongamos que sales a la calle y te pones a mirar a la gente. Y la gente pasa siempre a prisa como los pensamientos prohibidos. Y no te preguntas a dónde van, porque no les importa el lugar sino el pasar deprisa como el autobús de las siete y cuarto. Pasan vacíos, los hombres y las mujeres, inhabitados. Con las luces encendidas para ver cómo llega la noche, esa ave negra y calva.

Así la ciudad nos produce la sensación de útil, incluso de bella con sus arbolitos plantados en el cemento, qué ocurrencia. Pero queda guapo el bulevar con las mesas hacia fuera, hacia ninguna parte, con los toldos abiertos incluso de noche cuando el sol se ha refugiado ya bajo las escaleras.

“Hasta mañana” se dice la gente, “nos vemos” dice la gente, pero puede que ya nunca más nos volvamos a ver porque lo que ahora está y parece de verdad, mañana, estoy seguro, desaparece.

Somos gente caminando con diligencia, con impaciencia, con premura porque alguien, no sé quién nos ha mandado “ir”, siempre ir hacia adelante. Somos robots desde hace tiempo. Sólo robots, latas, máquinas vacías de sentimientos.

Las gentes y las nubes seguirán diciendo: ¡deprisa, deprisa! Pero tú y yo nos amaremos siempre lentamente. Lo haremos por libre. No digitalmente, sino como crecen las amapolas en aquella esquina de tu huerta, al lado de la pequeña fuente. También están creciendo ¿te has fijado?... Las hortensias azules, y aquellas cerezas que se comen a bocados los jilgueros.

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