Desde que a finales del pasado año salieran a la luz en el mundo del cine de Hollywood, los acosos sexuales del productor Harvey Westein a distintas actrices, ha empezado una campaña en todos los países denunciando estos continuados abusos. Aunque se ha concretado únicamente en el que sufren las mujeres, el acoso no solo es sexual, existe también en otros ámbitos. Si aparecen Ronaldo o Messi , o cualquier otra figura de fama en una cafetería, supermercado o en el Paseo, también son acosados, paran el tráfico, seguro. La fama, la belleza, el oro, el poder y el dinero, directa o indirectamente, con más o menos disimulo e/ o hipocresía, son acosados, cuando no, atracados, directamente. Lo contrario; cuando no existen estos atributos, nos produce indiferencia, y cuando la imagen es negativa, fea o repelente, instintivamente surge el rechazo, incluso el desprecio.
La mayoría de las cosas con las que nos encontramos cada mañana, desde que subimos la persiana para encontrarnos con el regalo de un nuevo día, no nos llaman la atención; nuestro vecino nos da los buenos días como lo viene haciendo desde hace años, en la oficina saludamos a los compañeros con los comentarios habituales de siempre, en el bar nos ponen el café de todos las mañanas mientras le echamos un vistazo al personal que está leyendo la prensa del día, todo normal, es decir, la bendita rutina de cada día está presidida por la indiferencia; nos da igual que nos encontremos con este, con aquel, o con aquella, nos da lo mismo ir por una calle que por la paralela, nos ponernos una chaqueta o un jersey , pagamos en efectivo o con tarjeta, solo o acompañado, nos es indiferente.
Pero un día va, y surge algo: un acontecimiento, una llamada, un encuentro con una persona, incluso con una cosa, que te llama la atención, algo distinto. Ese día, ese acontecimiento, esa persona, cosa o llamada, te puede cambiar la vida, te puede hacer feliz, o desgraciado, te puede ayudar o te puede matar, ha terminado la indiferencia.
De la admiración al acoso va un trecho, esto está claro, lo primero no es delito, lo segundo puede serlo, dependerá de la intensidad, pero sabiendo de las dificultades que tenemos los humanos en cuanto a la calificación y cuantificación de nuestras conductas, pueden surgir muchas dudas. De una noche loca de amor, a una violación, apenas les puede separar una sonrisa, un chiste, una promesa, una cantidad o una navaja, como del derecho a decidir de un conjunto de ciudadanos al debido respeto a una constitución consolidada, apenas pueda mediar una negociación, comprensión, duda, intimidación, amenaza o guerra.
Desde la noche de los tiempos los humanos hemos intentado solucionar los conflictos que inevitablemente surgían cuando varios elementos se encontraban con alguna persona, animal o cosa que admiraban y codiciaban, de una forma diferente a como lo resuelve siempre la naturaleza, es decir; a leches. Está claro que en la naturaleza, la admiración, la codicia y el acoso van juntos, para ella lo de, aquí te pillo y aquí te mato, es un hecho, aquí no se anda con negociaciones, repartos, ni respetos, cuando cae la pieza, se la queda el primero que la pilla, y si hay más cazadores interesados, se la queda el más fuerte y punto, es así de sencillo.
Nuestro afán de protagonismo y transcendencia nos lleva a querer encontrar explicaciones y soluciones para todo, no solo para los problemas que nos encontramos en esta vida, los hay que también lo quieren para la otra. Pretendemos entender al Universo cuando ni siquiera entendemos por qué algunos trenes ALVIA no paran ni un triste minuto en A Gudiña ni en Puebla de Sanabria, mientras se pueden tirar quince minutos parados en un descampado del Padornelo esperando el cruce con otro tren. Como si ahora no existieran los teléfonos.