Opinión

El caramelito de las lenguas

En unas recientes declaraciones del presidente Pedro Sánchez le escuché decir que iba a promover, como presidente de turno de la comunidad europea, el uso de las lenguas del País Vasco y de Cataluña en Europa, nada menos, como si no tuvieran suficientes lenguas los pobres. Suerte en el empeño, pero me suena a un recurso un tanto infantil y oportunista para conseguir los votos de los grupos independentistas que necesita para su posible investidura. Se me antoja esta pobre estrategia como la que podríamos utilizar a las puertas de un colegio, ofreciéndole a un niño o una niña un caramelito para que se vaya contigo.

Del gallego no dijo nada, tal vez sea porque no tenemos el número de votos suficientes para poder ofrecerle. En cierto modo, mejor así, por lo menos, no seremos cómplices de semejantes maniobras políticas barriobajeras que hacen que podamos llegar a dudar de la viabilidad de nuestro sistema democrático, aun sabiendo que no tenemos otra alternativa, mejor dicho, sabiendo que cualquier otra sería peor, ya estamos curados de espanto, pero reconociendo que tendremos que cambiar y mejorar el sistema para que podamos servirnos de él en el largo camino de la organización de nuestra convivencia nacional, regional, comarcal o vecinal, como quieran. 

Tal vez todo este esperpéntico tinglado sea lo que esta gente, que se ha venido arriba, tú, llama con entusiasmo e insistencia; progresismo. ¡Vaya por dios y por todos los santos del firmamento¡.

Progresismo “do carallo, que diría a Maruxiña mira como veño, que augua no bebo, mirá, mira Maruxiña, mirá”. 

 Ya que no nos promociona el presi, vamos hacerlo directamente, aunque sea en modo chapuza, porque para hacerlo en plan profesional ya tenemos suficiente con los sobrados electos vascos y catalanes que ahora van a poder explayarse más, en modo exhibición, subiendo al estrado del Parlamento con el propósito, no ya de enviarnos un mensaje que, por otra parte, ya conocemos todos, si no sabiendo de antemano que lo que van a conseguir, porque ya no es un tema político, sino de educación, es molestar e incordiar a los que le están escuchando y contribuir en gran medida a que el odio y el desprecio que la gran mayoría de los ciudadanos siente por la clase política, de un lado y de otro, de un sitio y de otro, no ya por lo mal que lo hacen, si no, y sobre todo, por lo que cobran.

El problema del lenguaje es como el de la comida, lo de menos es cuando puedas elegir entre comerte un cocido o unas chuletas, el problema es cuando tienes hambre y no tienes que llevarte a la boca.

Ponerte a hablar, en el Parlamento o en una mesa, sabiendo que lo que vas a decir, no lo van a entender, o lo van a entender con dificultad, los que te están escuchando, pudiendo emplear una lengua común, solo tiene una explicación, mejor dicho dos; o no tiene interés lo que vas a exponer, que es lo más frecuente, o que eres gilipollas, en este caso, lo que suele pasar, es que, por no levantarse, te escucharán con disimulada atención, esperarán con educación y resignación a que termines, al mismo tiempo que rogarán a todos los dioses habidos y por haber, que esta ola de estupidez y sinsentido, remita cuanto antes.

Cómo en el caso del hambre, con el lenguaje pasa lo mismo, el problema es cuando no puedes expresarte en su idioma y saber decirle que lo sientes, que solo pasabas por allí en aquel preciso momento, que no tenías relación alguna con los que habían matado a su madre poco antes de llegar en aquella carreta de tierra polvorienta llena de cadáveres en las cunetas y le pides, le suplicas, le imploras llorando, que no te haga daño, que no te dispare con aquel fusil que era más grande que él. 

Lo que menos me gusta de todos estos nuevos episodios nacionales, políticos y actuales, es que nos metan a los gallegos en el mismo saco, esos radicales nacionalistas pata negra solo se acuerdan de nosotros y de nuestra legua cuándo no tienen más remedio, por aquí no tenemos tanto fanatismo e intransigencia, tenemos ADN internacional de nacimiento, nos salimos del cacho, oigan, cambiamos rápidamente, automáticamente, con gusto y alegría nuestra lengua por la de nuestro interlocutor foráneo si la conocemos.

 En otros sitios solo lo hacen, y a remolque, cuando nos quieren vender algo.

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