Opinión

El contagio

Con la pandemia del coronavirus la palabra contagio ha llegado a nuestras vidas alcanzando unas cotas de incertidumbre, precaución y miedo que nunca antes nos había preocupado, la mascarilla era cosa de los cirujanos y enfermeras en el quirófano o de los pintores en la cabina del taller cuando teníamos algún problema de carrocería en nuestro coche.

De repente, todas las precauciones son pocas para escapar de esos virus que tanto han cambiado nuestras vidas, pero me temo que el contagio se haya extendido más allá del campo de los virus. Los acontecimientos que la actividad política nos obliga a todos a ver y escuchar en los medios de comunicación, cada mañana, las negociaciones, más bien cambalaches, con sus trapicheos, amenazas, chantajes, insultos y descalificaciones de todo tipo y calibre que se propinan nuestros representantes políticos, sin el más mínimo respeto ni educación, negando descaradamente la evidencia de los hechos y cambiando descaradamente el nombre de las cosas, ha contagiado las relaciones, tanto afectivas como comerciales entre los ciudadanos.

No nos debe extrañar el afán regulador de nuestros legisladores actuales empeñados, más bien obsesionados, con indicarnos con “ pelos y señales” el comportamiento que debemos observar con nuestro perro, gato o jilguero, con nuestra pareja o con nuestro vecino o vecina, el idioma que tenemos que hablar, o lo que tenemos que comer, no alcanzando a entender cómo nos pudimos arreglar durante tantos años, incluso siglos, sin la observancia de sus nuevos mandamientos.

Yo creo que todo esto estaba regulado, sin que nos hubiéramos dado cuenta, por la ley no escrita de la vergüenza, mejor dicho; de las vergüenzas; la vergüenza torera, la vergüenza ajena, el prestigio, el honor, todo esto se ha perdido irremisiblemente. Ahora la mentira se le llama cambio de opinión, una vuelta al ruedo de silbidos y almohadillas se convierte en una salida a hombros triunfal por la puerta grande. Un sonoro abucheo que, en otros tiempos, sería un motivo más que suficiente para no volver aparecer por allí, se convierte en un concierto de música celestial con arpas y violines tocados por ángeles y querubines.

Una institución, como es la guardia urbana de Barcelona, dice tranquilamente, sin sonrojarse, que en una manifestación, como la celebrada recientemente, había 50.000 manifestantes, mientras que los organizadores dicen que había 300.000, (total nada la diferencia) cuando, con los medios que tenemos hoy en día, con fotografías aéreas, drones, inteligencia artificial y demás accesorios , podemos saber casi exactamente los asistentes, es decir, alguno de los dos miente, y se puede demostrar, pero el problema es que ahora no les da vergüenza.

Todos los día recibimos correos, o lo vemos en los más prestigiosos diarios digitales, invitándonos a hacernos millonarios invirtiendo 250 euros, “avalándolo” con prestigiosos nombres como Amancio Ortega, Pablo Motos o Rafael Nadal, con toda la cara, nadie hace nada para evitar este fraude masivo que se produce todos los días. 

Los coches sin vender del año pasado casi se regalan. Llévese un coche de alta gama de la prestigosa marca X, por 200 euros al mes, ¿Cuánto está pagando por sus deudas? 1.500 euros, al mes, contesta el incauto, bien, por nuestra mediación pagará solo 350 euros, estos anuncios los podemos leer día tras día, sin que se les caiga la cara de vergüenza y nadie haga nada por evitarlos .

Creo que esta sería la única ley que nos ayudaría a solucionar algunos de los problemas que tenemos en estos momentos de confusión e incertidumbre:

La ley de la vergüenza, o vergüenzas, como prefieran.

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