Opinión

La muerte tuvo un precio: calderilla

Todos nos hemos quedado impresionados por la trágica muerte de ese joven cordobés de 18 años, Álvaro Prieto, cuando, en la estación del AVE de Sevilla, intentaba regresar en tren a Córdova, su ciudad de residencia, y no pudo pasar el control de entrada a la estación al haberse quedado sin batería en su teléfono móvil que guardaba el comprobante del billete de vuelta.

Lo de morirse siempre es triste, pero morirse a los 18 años es para llorar eternamente, más en este caso en que todos entendemos perfectamente que esta muerte se podía haber evitado fácilmente si ese teléfono, que guardaba el resguardo de su billete de vuelta a casa, no se hubiera quedado sin batería, o si en el bolsillo de su pantalón, como seguro hacían su padre o su abuelo, hubiera llevado algunos euros. Incluso, como tendría algún bono de transporte juvenil, tal vez hubiera bastado con unas monedas, es decir: calderilla.

Las nuevas tecnologías han transformado nuestra vida y nuestras costumbres, una persona que domine un teléfono móvil de última generación lleva su oficina con él, allí tiene su agenda, sus cuentas, sus direcciones, todo; no necesita despacho, libros ni libretas, pero tiene un problema, si falla el dispositivo, lo pierde o se lo roban, se acabó todo, porque las máquinas no razonan ni tienen sentimientos, si has perdido la tarjeta, o si no recuerdas la contraseña, no puedes retirar dinero del cajero ni pagar la cuenta en el supermercado.

Este nuevo sistema ha dejado obsoleto, como algo trasnochado, sobre todo entre la gente joven, la tradicional costumbre de llevar dinero en el bolsillo, pero este triste episodio, que por una sucesión de fatales circunstancias, ha ocasionado la muerte de este joven, nos demuestra que no hay que descartar totalmente la antigua costumbre. Ya sé que no es la tendencia actual, en muchos países y en muchos sitios ya no se puede operar con efectivo, pero en cuanto no se prohíba expresamente, no estará demás llevar unos billetes o unas monedas en el bolsillo. Los humanos hemos tardado muchos años en inventar las monedas o el papel moneda para las transacciones comerciales, no debemos descartarlas, al menos hasta que no logremos vivir en una sociedad más civilizada. 

Mientas tanto, sigue la eterna guerra entre los unos y los otros en esa trágica competición para encontrar el campeón de la muerte; a ver quién mata más y con más bestialidad, al mismo tiempo que se abre otro frente, el que trata de encontrar al que miente más, hasta el punto de que ya ni sabemos de dónde vienen los tiros, más bien misiles, que lo menos que podían hacer es pintarlos con distintos colores, pegarle una bandera o ponerles una matrícula que los identificara, en esta guerra en la que lo único que tenemos seguro son los muertos, aunque ya ni los sepamos contar, como en las manifestaciones políticas de nuestras ciudades.

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