Opinión

Retiro lo de fanático

Vale, amigo, me has convencido, aunque no acostumbro a referirme a mis artículos, en este caso me veo obligado a hacerlo aunque solo sea para contestar a un lector que me envió un correo diciéndome que estaba de acuerdo (tal como están las cosas, es de agradecer) con lo que escribía en el de la semana pasada titulado: “Intelectuales o fanáticos”. 

Me decía que estaba de acuerdo en todo, o casi todo, excepto en el hecho de calificar de fanáticos a los que habían suscrito el manifiesto promovido por personajes tan ilustres y admirados como Almodóvar, Buenafuente, Miguel Ríos, Rosa Montero, etc. (habían conseguido 180 firmas), declarándose abiertamente partidarios de votar a favor de Sánchez y sus socios, recomendando a todos los ciudadanos a que hiciéramos lo mismo, para que su Gobierno siguiera dirigiendo al país cuatro años más. Se conoce que a ellos y ellas les va bien.

Pues nada, nada, retiro lo de fanático, aunque la RAE define al fanático como aquella persona que actúa con apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas, y esto es lo que, precisamente, hacen los firmantes del manifiesto: defender a ultranza lo que hace este Gobierno con tenacidad y en muchos casos con pasión, sin el menor atisbo de autocrítica y sin admitir que habría que cambiar algunas cosas tratando de mejorar la situación.

Pero bueno, lo retiro, sobre todo porque esta palabra tiene un origen religioso y ahora, a diferencia de lo que pasaba en el 36, y afortunadamente, las política ya no va de quemar iglesias, matar curas y procesionar bajo palio al jefe de la oposición; ahora tenemos otra especie de religión, mantra o mafia, ya no sé, que se basa en tenernos cogidos por los cataplines del dinero del presupuesto nacional que pueden repartir a su gusto, arbitrariamente y a discreción, para conseguir los votos necesarios para su investidura. 

Ahora la vaina va de chulos, cretinos, déspotas y maleducados, a repartir los calificativos según los casos, me da igual que sea Tramp, Kim’-Jon-un , Putin, Pedro Sánchez o el alcalde de Ourense que puede mandar a la mierda a una señora vecina que le reprocha un mal aparcamiento. Con lo fácil que le hubiera resultado decir: “Lo siento señora, a sus pies señora, le ruego que me perdone señora, no volverá a ocurrir señora”. ¡Con el respeto que siempre tuvimos en este país de caballeros ( con perdón de los progres, eso sí) por las señoras; solteras, casadas o viudas, altas o bajas! Por eso que no es un tema de derechas o de izquierdas, de progresistas o de marcha atrás, es un tema de educación; primaria, secundaria, universitaria, general o privada. Simplemente.

Y dirán ustedes, qué tendrán que ver Tump, Putin o Sánchez… y otros personajes que no menciono pero que todos nos podemos imaginar, pues algo muy sencillo: que el denominador común de todos ellos es que han confundido el poder que de una u otra forma han conseguido, aunque haya sido por medios democráticos, pero que una vez conseguido ese poder se comportan con tendencias absolutistas y autoritarias recurriendo a sistemas de presión e incluso de chantaje, político-económico-social- judicial para seguir ostentando el poder.

Todos tenemos que respetarnos y tratarnos con humildad, porque todos, absolutamente todos, vivimos a cuenta y por cuenta de los demás, cobrando un salario, vendiéndole o comprándole, enseñándole, defendiéndole, pidiéndole o prestándole, cobrando una pensión, un paro o una subvención. Todos dependemos de nuestros vecinos, todos.

 Pero si alguien, por antonomasia, vive de los ciudadanos, son los políticos. Nunca tantos han vivido tan bien como los que se presentan para representarnos, valga la redundancia, y en muchos casos, la repugnancia. 

 Con muchas excepciones, eso sí, y con mucha esperanza de que las cosas vayan a mejor, eso también.

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